Eran las
05:29:45 hora local de Nuevo México, del 16 de junio de 1945, cuando la
humanidad dio un paso gigantesco en la historia de su civilización. Ocurrió en
un remoto lugar del desierto Jornada del Muerto, llamado White Sands, cerca de
Alamogordo. Allí el hombre logró realizar la primera detonación nuclear.
El
dispositivo, llamado Gadget, liberó una energía de 19 kilotones,
equivalentes a 19.000 toneladas de explosivo TNT. El cráter que dejó tenía una
profundidad de 3 metros y un diámetro de 330 metros y la onda de choque se notó
a 160 kilómetros de distancia, el hongo se alzó 12 kilómetros sobre el
desierto. La arena, compuesta principalmente de sílice, se derritió
convirtiéndose en un vidrio de color verde claro, llamado trinitita.
Robert
Oppenheimer, el director científico, dijo más tarde que tras contemplar la
primera explosión nuclear pensó en el poema hindú: Bhagavad Gita: “Ahora me
he convertido en La Muerte, Destructora de Mundos”. En otro párrafo dice: “Si
el esplendor de un millar de soles brillasen al unísono en el cielo, sería como
el esplendor de la creación…” Según su hermano en ese momento exclamó “It
worked” (funcionó). Kenneth Bainbridge, director de la prueba comentó a su
vez: “Ahora todos somos unos hijos de puta”. Edward Teller había especulado
que era posible una fusión en cadena del hidrógeno capaz de incendiar la
atmósfera terrestre, aunque tras estudiar este riesgo los físicos Hans Bethe,
Robert Saber, Oppenheimer y el propio Teller descartaron esa posibilidad.
Aquel
era el resultado de una de las empresas más ambiciosas emprendidas por la
civilización humana: el proyecto Manhattan. Todo se inició el 2 de agosto de
1939, cuando Albert Einstein, tal vez el científico más prestigioso del
momento, envió una carta al presidente Franklin D. Roosevelt en la que la
advertía de lo peligroso que sería que los nazis avanzaran en la investigación
de la bomba atómica. Tras la explosión de Hiroshima Einstein comentó: “debería
quemarme los dedos con los que escribí aquella primera carta a Roosevelt”.
El
9 de octubre de 1941 Roosevelt autorizó el desarrollo de las armas nucleares.
El 6 de diciembre se creaba el Comité S-1 con el objetivo de guiar las
investigaciones que se estaban desarrollando en las universidades de Chicago,
California y Columbia. Entre otros centros en 1942 se construyeron dos enormes
plantas para conseguir el material en Oak Ridge (Sitio X) en Tennessee y
Hanford (Sitio W) en Washington. Y finalmente el Laboratorio Nacional de Los
Álamos en Nuevo México. En total trabajaron más de 400.000 personas durante
esos años, con un coste de dos mil millones de dólares (equivalentes en 2013 a
26.000 millones).
Tras
el éxito de la prueba Trinity se completaron dos bombas más: Little Boy
(Niño Pequeño), basada en la fisión en cadena y que usaba el isótopo de uranio
U-235. Y Fat Man (Hombre Gordo), basada en el isótopo de plutonio Pu-239
usando la implosión del plutonio. La primera detonó en Hiroshima el 6 de agosto
de 1945. La segunda sobre Nagasaki el 9 de agosto de 1945.
A
las seis de la tarde de ese 6 de agosto de 1945 en la casa de campo de Farm
Hall, en Godmanchester, un grupo de prisioneros alemanes escucharon en la BBC
la noticia de la explosión de bomba nuclear en Hiroshima. El 7 de agosto uno de
ellos leyó un informe que había elaborado que incluía la estimación de la masa
crítica del Uranio-235 necesaria para la explosión, así como las
características del diseño de la bomba. Aquel hombre de Werner Heisenberg,
líder del proyecto de desarrollo de la bomba atómica nazi. Su audiencia eran
otros destacados científicos alemanes como Otto Han, Carl Friedrich von
Weizsäcker o Max von Laue. Durante años Heisenberg se defendió indicando que
siempre había retrasado voluntariamente los trabajos de desarrollo nuclear para
que Hitler nunca tuviera tal artefacto. Hasta que en febrero de 1992 las
escuchas realizadas en Farm Hall, dentro del proyecto Epsilon (la grabación
secreta de sus conversaciones, como
ya hubieran hecho con los oficiales de alto gradoprisioneros en Gran Bretaña),
no fueron desclasificadas, no se pudo demostrar que Heisenberg decía la verdad:
ya que en un día había realizado los cálculos teóricos correctamente para el
diseño de Little Boy.
Werner
Heisenberg de manera consciente no entregó la bomba nuclear a Hitler. Robert
Oppenheimer lideró el trabajo de cientos, miles de científicos y técnicos en el
desarrollado consciente de dicha arma y como otros muchos que estuvieron
involucrados en el proyecto Manhattan se arrepintieron de ello.
Sobre
White Sands se erige un
obelisco de 3,65 metros de algo que marca el hipocentro de la explosión, donde
se realizó la primera detonación nuclear por primera vez en su historia,
inaugurando así la Era Atómica de la humanidad.
LL. C. H.
Que Heisenberg retrasase o no el programa atómico no es algo tan importante. Si en el Proyecto Manhattan participaron más de 400.000 personas y se tuvieron que gastar 2.000 millones de dólares de la época, ¿qué diferencia habría supuesto la implicación mayor o menor en el proyecto alemán de de un único físico, por bueno que fuese? Lo cierto es que los alemanes nunca pasaron de la investigación teórica, y no tenían recursos para comenzar un programa industrial como el que desarrollaron los estadounidenses.
ResponderEliminarUn saludo, Llorenç.
Es cierto que Alemania estuvo lejos de obtener la bomba atómica. No podemos comprar la magnitud del Proyecto Manhattan con el Uranverein (o Club del uranio) alemán. Sin olvidar que los nazis siempre creyeron que las teorías científicas como la mecánica cuántica o la relatividad eran “judaizantes”, por lo que nunca creyeron en ellas.
EliminarPero lo importante no es si unos u otros tenían la capacidad técnica de desarrollar tal arma, sino la voluntad por parte de los hombres de ciencia para convertirla en una realidad. No solo Heisenberg dijo tras la guerra que había impedido de manera consciente su desarrollo, sino también Max von Laue y otros científicos de gran nivel. Y esa es la diferencia: unos de manera consciente se implicaron en su construcción y otros se negaron retrasando su desarrollo.
Un saludo