Heráldica de la guerra
01:40 horas del 6 de junio de 1944.
Oleada
tras oleada pasaron las formaciones. Eran los primeros aviones de la mayor
operación aerotransporta jamás llevada a cabo hasta entonces: 882 aparatos que
llevaban a trace mil hombres. Estos soldados de la 101ª y la 82ª Divisiones
Aerotransportadas estadounidenses se dirigían a seis zonas de lanzamiento
situadas en un radio de pocos kilómetros alrededor de Ste.-Mère-Église. Los
soldados fueron saltando de los aviones, uno tras otro. Y mientas descendían y
aterrizaban alrededor del pueblo, gran parte de ellos oyeron un incongruente
sonido elevándose entre el fragor de la batalla: el tañido de una campana en la
noche. Para muchos sería lo último que oyeran. Algunos soldados, arrastrados
por una fuerte ráfaga de viento, cayeron en el infierno de la Place de l’Église, ante los fusiles de
los centinelas alemanes colocados allí por una trágica fatalidad. El teniente
Charles Santarsiero, que pertenecía al 506º regimiento de la 101ª División,
estaba de pie en la puerta de su avión mientras pasaba por Ste.-Mère-Église. «Volábamos
a ciento cincuenta metros de altura, y podía ver un gran incendio y a los
alemanes corriendo debajo. Parecía haber una total confusión en tierra, se
había armado una gorda. Nos disparaban con las antiaéreas y las armas cortas, y
los pobres muchachos iban a caer directamente ahí en medio.»
Casi
en el momento de dejar su avión, el soldado John Steele, del 505º Regimiento de
la 82ª División, vio que en vez de caer en una zona iluminada iba a hacerlo en
el centro de un pueblo que parecía estar ardiendo. Entonces divisó a los
soldados alemanes y a los civiles franceses corriendo frenéticamente y la
mayoría, o eso le pareció, miraban hacia él. Instantes después sintió algo
«parecido al corte de un afilado cuchillo». Una bala le había alcanzado en el
pie. Luego se dio cuenta de algo que aún le alarmó más. Balanceándose colgando
de sus arreos, comprendió sin poder hacer nada que su descenso le llevaba
directamente al campanario de la iglesia, que estaba en un lado de la plaza.
(…)
A
los alemanes debió parecerles Ste.-Mère-Église era el objetivo del asalto de
los paracaidistas, y lo cierto es que los vecinos que estaban en la plaza se
creyeron atrapados en el centro de una importante batalla. La verdad es que muy
pocos americanos, tal vez treinta, cayeron en el pueblo, y no más de veinte en
la plaza. Sin embargo, fueron suficientes para crear el pánico en la guarnición
alemana compuesta por cien hombres. Los refuerzos se precipitaron a la plaza,
que parecía ser el punto principal del ataque y, según Renaud, algunos
alemanes, al llegar de repente al sangriento escenario perdieron el control.
Un
paracaidista cayó en un árbol a unos cincuenta metros del lugar donde se
encontraba el alcalde; casi inmediatamente, mientas intentaba frenéticamente
desembarazarse de sus arreos, fue localizado. Como Renaud refirió «alrededor de
media docena de alemanes vaciaron los cargadores de sus fusiles sobre él, y el
muchacho quedó colgando con los ojos abiertos, como si mirara los agujeros que
le habían hecho las balas».
Atrapados
en medio del tiroteo, los vecinos de la plaza no fueron conscientes de que por
encima de sus cabezas seguía pasando la flota aerotransportada. Miles de
hombres estaban saltando sobre las zonas de lanzamiento de la 82ª División, al
noroeste del pueblo, y de la 101ª, al este y ligeramente a oeste, entre
Ste.-Mère-Église y la playa Utah. De vez en cuando, debido a la dispersión del
lanzamiento, paracaidistas de casi todos los regimientos caían en el pueblo.
Uno o dos de estos hombres, cargados con municiones, granadas y explosivos
plásticos, fueron a dar sobre el incendio de la casa. Al estallar la munición
se oyeron breves chillidos, una serie explosiones y fuego de fusilería.
(Pág. 151-154)
En
Ste.-Mère-Église, mientras los vecinos observaban tras los postigos cerrados,
los paracaidistas del 505º Regimiento de la 82ª División se deslizaban
cautelosamente por las desiertas calles. Ahora la campana de la iglesia estaba
silenciosa. En el campanario colgaba fláccido el solitario paracaídas del
soldado John Steele, y de vez en cuando saltaban ardientes brasas de la casa
del señor Hairon, silueteando brevemente los árboles de la plaza. Alguna bala
silbaba en la noche, pero era el único sonido: reinaba un incómodo silencio.
(…)
[El
teniente coronel Edward] Krause sacó una bandera americana del bolsillo. Esta
vieja y gastada, era la misma que habían ondeado en Nápoles cuando entró el
505º. Leds había prometido a sus hombres que «antes del amanecer del Día D esta
bandera ondeará en Ste.-Mère-Église». Se encaminó al ayuntamiento y en el asta
colocada junto a la puerta, izó la bandera. No hubo ceremonia. En la plaza de
los paracaidistas muertos había terminado la lucha. Las barras y estrellas
ondeaban en el primer pueblo de Francia liberado por los estadounidenses.
En
el Cuartel General del 7º Ejército alemán, en Le Mans, se recibió un mensaje
del general Marcks del 84º Cuerpo que decía:
«Cortadas
las comunicaciones con Ste.-Mère-Église…»
Eran
las cuatro y medio de la mañana.
(Pág. 180-182)
Aproximación Personal:
Los sucesos en Sainte-Mère-Église
han quedado como parte de la leyenda de la 2ª Guerra Mundial y en especial del
Día D y la batalla de Normandía. Ciertamente el suceso casual del aterrizaje de
los paracaidistas en plena plaza no fue peor destino que muchos otros
compañeros: abatidos por el fuego antiaéreo alemán, ahogados en las
marismas de la península de Cotentin, o incluso en el mismo océano. Pero esta
vez hubo testigos que vieron descender a estos “soldados del cielo”. Además Sainte-Mère-Église era uno de los objetivos del Día D al ser el cruce
de caminos que salía de la playa Utah y a la postre el primer pueblo liberado
de la Francia continental.
Actualmente en esta pequeña población
de la Baja Normandía se encuentra el ‘Musée Airborne’ en
memoria de las tropas aerotransportadas de la 82ª y 101ª divisiones que
liberaron la villa. Además en la iglesia de Nuestra
Señora de la Asunción, permanece colgado del campanario un maniquí con
un paracaídas que representa a John Steele. En
el interior la vidriera del crucero norte están representados dos paracaidistas
junto a la Virgen María y otro está dedicado al regimiento 505ª de la 82ª
División junto al Arcángel Miguel. Y el escudo heráldico del pueblo muestra la
iglesia con la letras A & M, flanqueada por dos estrellas descendiendo en
paracaídas con fondo azul, con el leopardo, símbolo de la región, sobre gules.
Tal vez estos sean los mayores tributos por parte de la población que fue liberada por aquellos paracaidistas que cayeron del cielo durante la negra noche de la ocupación
nazi.
LL. C. H.
Libro: El día más largo
Autor: Cornelius Ryan
Editorial: Inédita ediciones
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