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jueves, 30 de enero de 2014

Leningrado

El asedio de Leningrado, ciudad a orillas del Neva, cuna de la Revolución de Octubre, joya cultural de Rusia, duró 872 días. Hitler, en un acto de infinita crueldad como solo él podía hacer, quiso someter a sus habitantes por el hambre y ordenó mantener un bloqueo total. Los padecimientos sufridos por la población civil son indescriptibles. Sin una suficiente preparación por parte de las autoridades soviéticas, su negligencia y su falta total de insensibilidad, unido al bloqueo alemán, se desconoce con exactitud cuántos ciudadanos de Leningrado murieron durante todo el asedio. El sufrimiento de los habitantes es una de las páginas más oscuras de la negra historia del Frente del Este en la 2ª Guerra Mundial.

Elena Martilla era estudiante de bellas artes en Leningrado cuando se produjo el asedio de la ciudad. El profesor de esta artista de 18 años le dijo: «Sal y dibuja todo lo que veas… tenemos que preservar esto para la humanidad. Hay que advertir a la generaciones venideras sobre el deleznable horror de la guerra».

Y eso hizo.

Tras la guerra se vio obligada a esconder su cuaderno de dibujos del asedio para que no lo encontrara la NKVD. Llegada la década de 1980 tan sólo se le permitió enseñar un par de dibujos; le dijeron que eran demasiado «psicológicos», demasiado «pesimistas». Años más tarde, en 1991, recibió una invitación de una importante galería de arte para exhibir todas sus obras. La invitación procedía de Berlín.

Por primera vez en su vida, Martilla vio sus dibujos del asedio, más de ochenta, expuestos en tres salas separadas. Durante la exposición conoció a algunos de los veteranos alemanes que habían participado en el sitio. «Las palabras sobraron», dijo Martilla. «Podía leerlo en su ojos: “Yo estuve en Leningrado”.» Recorrió la exposición con algunos de ellos, que le preguntaron sobre la vida en la ciudad asediada; a continuación, se detuvieron. «Permanecieron allí quietos, con lágrimas en los ojos», recordó Martilla. Después, uno de ellos dio un paso al frente. «Le pedimos que nos perdone», dijo. «Nada de esto era necesario desde el punto de vita militar. Tratamos de acabar con sus vidas, pero nos destruimos a nosotros mismos como seres humanos. En nombre de todos nosotros, le pido que nos perdone.» A medida que oía estas palabras, a Martilla le vino a la cabeza otro recuerdo del asedio: la cruel indiferencia de las autoridades de Leningrado hacia el sufrimiento de los habitantes de la ciudad. Ellos nunca pidieron perdón. «La guerra es terrible –contesto–, pero mi lucha es contra el fascismo, no contra el pueblo alemán. Y el fascismo existe en todos nosotros.»
(Pag. 325)


La cifra oficial de fallecidos en el asedio por frío, hambre y los ataques alemanes es de 632.252 civiles. Dmitry Likhachev, superviviente de la ciudad, se preguntó internamente “¿Quién se encargó de contar a los que se hundieron bajo el hielo, a los que fueron recogidos por las calles y llevados directamente a los depósitos de cadáveres y de los pueblos cercanos que habían huido a Leningrado? ¿Y con el resto, con los refugiados que no tenían papeles, que murieron sin cartillas de racionamiento en las viviendas sin calefacción que se les asignaron?”. (Pag. 321).

Otras fuentes indican que la cifra real se encuentra entre millón y medio y dos millones de civiles muertos. La mayoría fueron enterrados en fosas comunes, muchas de ellas situadas en el cementerio Piskarióvskoye. En uno de sus muros se puede leer un poema de Olga Berggolts:


Aquí yacen leningradeses:

Aquí hay ciudadanos – hombres, mujeres y niños
Y junto a ellos, los soldados del Ejército Rojo.
Ellos, defendieron Leningrado,
La cuna de la Revolución
Con todas sus vidas.
No podemos enumerar sus nobles nombres aquí,
Hay muchos de ellos bajo la protección eterna de granito.
Pero sabed esto, aquellos que consideran estas piedras:
Nadie se olvida, no se olvida nada.


Autor: Michael Jones
Título: El sitio de Leningrado. 1941-1944
Editorial: Memoria Crítica


Aproximación personal:
Los dibujos de Elena Martilla son estremecedores, y varios de ellos acompañan el libro de Michael Jones editado por Memoria Crítica. Cada uno de ellos guarda una terrible historia y nos muestran el sufrimiento de seres inocentes dibujados por una de las personas que los padeció.

jueves, 22 de agosto de 2013

La Nueve


Combatientes de la libertad


Guadalajara, Teruel, Madrid, Belchite, Ebro, Guernica, incluso Don Quijote, son nombres que nos recuerdan irremediablemente a España. Pero si les añadimos Les Cosaques o Les Pingouins, entonces evocamos otro lugar: la Porte d’Italie, el puente de Austerlitz sobre el Sena y la île de la Cité. A la sazón sabremos que estamos hablando de la liberación de París del 24 de agosto de 1944.

Francia había caído cuatro años antes de una manera inesperada y fulminante frente a las nuevas tácticas de guerra relámpago de la Wehrmacht alemana. Entonces se firmó un armisticio que dividía el país en dos partes, una de ellas con su capital en Vichy bajo el gobierno del mariscal Philippe Pétain. La mitad del país estaba bajo ocupación y la otra mitad bajo un régimen fascista y colaboracionista con el III Reich. Al mismo tiempo un general solitario y apenas conocido, nombrado subsecretario de Defensa Nacional por el gobierno de Reynaud, llamado Charles de Gaulle se traslada a Gran Bretaña y proclamaba la continuación de la lucha bajo el nombre de Francia Libre, que en aquel momento contaba con tan solo 4.000 soldados de todas las armas.

Poco a poco aquella Francia Libre fue aglutinando el resto de fuerzas francesas hasta convertirse en un miembro más de los países Aliados. En 1943 se formó la 2ª División Blindada, bajo el mando del general Leclerc, que había acudido a Gran Bretaña tras el llamamiento de Gaulle en 1940, y que se había hecho famoso por su marcha desde el Chad hasta Koufra, al sur de Libia, una travesía por el desierto de 650 kilómetros. Equipada con el material más moderno de armas y vehículos norteamericanos, entre sus 16.000 soldados había cerca de 2.000 republicanos españoles. La mayoría de ellos integrados en el 3er batallón del Regimiento de Marcha del Chad, conocido como el “Batallón Español” con su Novena compañía formada casi en su totalidad por españoles (146 de los 150 integrantes) era conocida como “La Nueve” en español.

Al mando de la compañía fue asignado al capitán Raymond Dronne, también gaullista de primera hora. Este los describía en su libro ‘Carnets de route d’un croisé de la France libre’ publicado en 1984 como: “A pesar de su aspecto rebelde, eran muy disciplinados, de una disciplina original, libremente consentida”. “La mayoría de aquellos hombres querían comprender las razones de lo que se les pedía y era necesario tomarse el trabajo de explicarles el porqué de las cosas”. “En su gran mayoría, no tenían el espíritu militar, eran incluso antimilitaristas, pero eran magníficos soldados, guerreros valientes y experimentados”. “Si abrazaron voluntariamente nuestra causa fue porque era la causa de la libertad. Realmente eran combatientes de la libertad”.


La división terminó de desembarcar en Normandía el 1 de agosto en la playa Utah y fueron encuadrados en el III Ejército estadounidense del general Patton. Y muy pronto La Nueve se forjó una fama de no retroceder “No cedían ni un palmo de terreno conquistado. Iban siempre delante” recuerdan algunos veteranos de la división. Cuando por fin, el 23 de agosto, se autoriza a Leclerc a dirigirse a París tras el alzamiento de la ciudad contra su ocupación, los 4.000 vehículos de la división tenían que atravesar 210 kilómetros que les separaba de la capital francesa, con el Regimiento de marcha de Chard en cabeza y La Nueve abriendo el camino. En la tarde del 24 de agosto, ya muy cerca de su objetivo, Dronne recibió la orden de volver sobre el eje de la marcha desde donde se encontraban, ya habiendo sobrepasado las últimas defensas alemanas en La-Croix-de-Berny. Cuando este se encontró con Leclerc, este le respondió: “Mire, Dronne, lo que debe de hacer en estos casos es no cumplir órdenes idiotas. Haga el favor de ponerse en camino y vaya derecho a París – le dijo el general tomándole por el brazo y señalándole el norte con su bastón –, y no se duerma, Dronne, no se duerma”.

El trayecto desde La-Croix-de-Berny hasta la Porte d’Italie se realizó en menos de 2 horas. Cuando la atravesaron eran las ocho y media de la tarde, llegando a la plaza del ayuntamiento a las 21:22. Para entonces Amado Granell había sido el primer soldado aliado en llegar al centro de París, adelantándose a Dronne al usar otra ruta. En total había 21 vehículos, entre los que se encuentran 3 carros Sherman, numerosos halftracks con pintorescos nombres pintados en ellos y varios vehículos ligeros, que sumaban 126 hombres. Formaron en erizo alrededor de la plaza, la cual poco a poco fue inundada por una marea de ciudadanos que se habían enterado de la llegada de las primeras tropas aliadas y no querían perderse ese momento.

De pronto, por encima del alborozo general y de las entusiastas estrofas de «La Marsellesa», comentó a oírse un doblar de campanas. Primero fue el grave sonido del bordón de Notre-Dame y poco después, en eco luminoso, comenzaron a repicar todas las campanas de París. Durante un largo rato de emoción intensa, más de doscientos campanarios repicaron por toda la capital el anuncio de la liberación.
(Pág. 150)



La obra:
El relato empieza con el contexto de como los integrantes de lo que sería La Nueve llegaron a formar parte de esta compañía motorizada del Regimiento de Marcha del Chad. “La Retirada” hacia la frontera Francesa tras la caída de Catalunya, la salida in-extremis de los puertos de Alicante. Del trato vejatorio, ignominioso, denigrante y sin motivo de los refugiados republicanos por parte del gobierno francés. Seguida de los combates en que participaron los españoles hasta la caída de Francia y su armisticio con Alemania. Está salpicado de los recuerdos y vivencias de aquellos que participaron en aquellos acontecimientos, muchos de ellos terminarían en La Nueve, transmitidas a la autora a través de entrevistas personales, completando con otras fuentes y una rigurosa documentación. Pasa a explicar cómo se formó la 2ª División Blindada en Marruecos y su entrenamiento en Gran Bretaña, hasta ser integrada en el III Ejército de Patton y su intervención en la liberación de París, las últimas batallas en Strasburgo y su llegada a Berschtesgaden al final de la guerra. Durante este relato también se intercala la historia del general Philippe Leclerc de Hauteclocque, oficial de carrera profesional y de rigurosa disciplina, pero respetado por los republicanos por su negativa a sacrificar las vidas de sus soldados inútilmente. Así por el general de Gaulle, los dos oficiales invencibles al no dejarse derrotar por la victoria de Alemania en 1940.

La parte final contiene las transcripciones de la autora con los miembros de La Nueve que pudo entrevistar y por tanto nos ofrece la visión personal de estos hombres: Germán Arrúe, Rafael Gómez, Daniel Hernández, Manuel Lozano, Fermín Pujol, Luis Royo, Faustino Solana, Manuel Fernández, Víctor Lantes y una pequeña biografía de Amado Granell, el hombre que “liberó” París.

El libro “La Nueve” permite, por tanto, tener una visión global de la situación de la Francia Libre, la formación de la 2ª División Blindada y sobre todo de los españoles que lucharon bajo la enseña tricolor durante su segunda guerra contra el fascismo.


Aproximación personal:
La liberación de París era simbólicamente la liberación de Francia y fue hecha por republicanos españoles, lo que de alguna manera demuestra la división que existía en el país galo y como los azares de la historia, devuelve la gloria a aquellos que habían sido tratados como parias y criminales cuando cruzaron las fronteras en 1939. La situación política posterior a la 2ª Guerra Mundial puede explicar el olvido de la gesta de La Nueve, porque en el fondo les demuestra a los franceses que la mayoría de ellos se habían dejado derrotar tras la victoria alemana de 1940. Tras la guerra era necesario unificar una nación dividida, en la que muchos de sus ciudadanos habían colaborado vergonzosamente con el ocupante o el gobierno fascista de Vichy. Y los españoles que habían ayudado a liberarla, luchando contra el fascismo hitleriano, fueron los algunos de los olvidados en aquel proceso. Pero la historia es caprichosa y en el 2004 la Alcaldía de París inauguró una placa en honor a aquellos hombres por quien repicaron las campanas de París aquella noche del 24 de agosto de 1944 tras cuatro años de silencio: a los liberadores españoles, aquellos “combatientes por la libertad”, como los ensalzó Dronne.


Tal vez esto solo sea una anécdota en la historia dentro del mar de llamas que era la 2ª Guerra Mundial. Pero la historia está construida de anécdotas. Y que aquellos expatriados, que no luchaban por su país, sino por sus ideas, no solo tuvieron el honor de liberar la ciudad de París, sino también de escoltar al general Charles de Gaulle por los Champs-Élysées durante la celebración del 26 de agosto en su camino hacia la catedral de Notre-Dame. Y esa distinción no fue casual en un hombre tan chovinista y celoso de la dignidad de Francia como de Gaulle: se lo merecían y recibieron ese privilegio. Como tampoco la orden de Leclerc a Dronne de no obedecer órdenes idiotas y seguir hacia París fue casual. Sabía que si podía confiar en alguien para liberar aquel día la «Ciudad de la Luz» era en sus republicanos españoles, que nunca cedían terreno, que era combatientes de la libertad.

Ll. C. H.

Puntuación: 5 (sobre 5)
Título: La Nueve. Los españoles que liberaron París
Autora: Evelyn Mesquida
Prólogo: Jorge Semprún
Año: 2008
Editorial: Ediciones B
Páginas: 292
ISBN: 978-84-666-2070-3

jueves, 15 de agosto de 2013

Sistema Dowding



El muro defensivo
De la batalla de Inglaterra se evocan las imágenes de los valientes y solitarios pilotos de la RAF corriendo hacia sus Spitfires en busca de las oleadas de aviones de la Luftwaffe. Aunque esta imagen es correcta, se ha de recordar que estos eran las puntas de una flecha compuesta por un complejo, sofisticado y eficaz sistema de defensa que protegía las islas británicas y que había sido creado unos años antes.

 
            La Unidad de Cazas estaba liderada por el mariscal del aire sir Hugh Dowding, nombrado para este cargo el 14 de julio de 1936, siendo el oficial de alto rango más mayor de la RAF. A principios de la 1ª Guerra Mundial se había incorporado al RFC (Royal Flying Corps) participando en combates sobre el frente occidental, para pasar a mejorar los criterios de instrucción. Fue director de Formación, y estuvo destinado en puestos operativos en Transjordania, Palestina y finalmente a ser miembro del Consejo del Aire para Suministros e Investigación en 1930. Por tanto, sabía lo que era ser piloto, tenía experiencia operativa superior, era capaz de crear y dirigir una fuerza de combate eficaz y había pasado cinco años estudiando las últimas tecnologías disponibles para la fuerza aérea.
            Abstemio y frugal, Dowding detestaba el alboroto y el espectáculo. Su apodo en la RAF era «Stuffy» (acartonado, estirado).
            Así pues, en 1936 Gran Bretaña tenía a un hombre solo, bien es cierto que extraño, al mando de su defensa aérea, con el control directo no sólo de los cazas sino también de la Unidad Antiaérea, la Unidad de Globos y el Cuerpo de Observadores, y con la responsabilidad del suministro, el control, la cobertura informativa y la red de avisos de incursiones. La Unidad de Cazas era afortunada por tener al frente a un hombre que conocía todos los problemas implicados, comprendía la tecnología, había pensado en cómo aplicarla, y era capaz de recurrir a la experiencia práctica obtenida en todos los niveles de las operaciones aéreas.
            En 1937, Dowding encontró el aliado político que necesitaba, cuando Neville Chamberlain asumió el cargo de primer ministro. …[A Chamberlain] le horrorizaba la opinión de Baldwin de que «la única defensa es el ataque, lo que significa que, si quieres salvarte, has de matar más mujeres y niños del más rápidamente que el enemigo». Por tanto, insistía en que el rearme aéreo cambiara sus prioridades y pusiera más énfasis en la defensa con cazas.
            Su ministro de Coordinación de la Defensa, sir Thomas Inskip, desempeñó en esto un papel importante. (…) Guiado por el hecho de que los cazas son más baratos que los bombarderos (…) en vez de recortar también la producción de cazas, incrementó su número y se convirtió en un importante aliado de Dowding.
            (…) El país necesitaba tiempo. Chamberlain lo sabía, y quizá ello tuvo que ver con su deseo de negociar con Hitler sobre Checoslovaquia, en Múnich, en 1938. Sea como sea, prestó un inmenso servicio a su país y al mundo libre al impulsar, en 1937, la creación de la Unidad de Cazas.
            No obstante, todos los cazas del mundo servían de bien poco si no eran capaces de encontrar al enemigo. La experiencia de 1915-18 sugería que esto no era una cuestión trivial. Tampoco estaba claro cómo se podía controlar esos aparatos. Evidentemente, no se les podía hacer despegar sólo con la esperanza de que descubrieran algo sobre lo que mereciera la pena disparar.
            Nadie ha pasado más tiempo pensando sobre estas cuestiones críticas de control y mando que Hugh Dowding, quien se puso a trabajar para crear un sistema que aún se conoce como Sistema Dowding, que ha llegado a nuestros días esencialmente sin cambios. (…)
            La nueva tecnología [llamada «descubrimiento de dirección por radio» o RDF, más conocido como radar] permitía a los operarios expertos calcular cuatro cosas: el tiempo transcurrido entre la emisión de una señal y su recepción revelaba la distancia respecto al objetivo; mediante un dispositivo llamado goniómetro se podía evaluar la posición (es decir, la dirección del vuelo); la forma y el comportamiento del punto luminoso (es decir, la cantidad de interferencia en la señal de radio transmitida) indicaba la fuerza del ataque; y mediante la conexión y la desconexión con distintas antenas receptoras se podía calcular la altura. La calidad de la información dependía decisivamente de la destreza y la experiencia de los operarios, pues tan importante era el cálculo como el criterio. Tenía que trabajar muy deprisa, de lo contrario la información devenía inútil. También actuaban bajo presión, pues de la precisión de sus informes dependían muchas vidas. La presión era mayor si sospechaban, como pronto fue el caso, que las fuerzas hostiles iban derechas hacia ellos. (…)
            El RDF era la primera línea de detección, pero apuntaba lejos de las costas de Gran Bretaña. Una vez tierra adentro, los aviones eran localizados visualmente por el Cuerpo Real de Observadores, organización que Dowing heredó de 1917 (…) Constituía también la principal fuente de los servicios de inteligencia sobre vuelos a baja altura que posaban por debajo de la red de radares siguiendo lo que actualmente es el método estándar para eludir la detección, método no usado sistemáticamente por entonces. En 1940, había unos 30.000 observadores cubriendo el Reino Unido, organizados en puestos de 50 en cada uno de los 31 grupos. Cada puesto tenía una conexión telefónica con el Centro del Cuerpo de Observadores de Horsham, y desde ahí con el cuartel general de la Unidad de Cazas de Bentley Priory.
            El cuartel general de la Unidad de Cazas era el procesador central de toda la información procedente del sistema de avisos de ataques aéreos. Transmitía la información por las fibras nerviosas de la organización de la Unidad, que era sencilla y elástica. Dowding creó tres grupos, cada uno con responsabilidad en el espacio aéreo de un área concreta. El Grupo 11 cubría el sudeste, el Grupo 12 las Midlands (región central), y el Grupo 13 el norte y Escocia. El 8 de julio de 1940, dada la nueva amenaza en la costa sur, se creó el Grupo 10 para cubrir el sudoeste. Los grupos se dividían en sectores, a los que se asignaban letras, aunque por lo general se los conocía por el nombre de su estación de sector, que era el aeródromo que los controlaba. El Grupo 11, cuyo cuartel general estaba en Uxbridge, constaba de siete sectores con las letras A, B, C, D, E, F y Z, controlados desde Tangmere, Kenley, Biggin Hill, Hornchurch, North Weald, Debden y Northolt, respectivamente. Los sectores tenían aeródromos «satélite» más pequeños bajo su control donde había escuadrones estacionados (p. ej., el 10 de julio Kenley albergaba los escuadrones 64 y 615 y controlaba también los escuadrones 111 y 501 en su satélite Croydon). Los campos de aviación pertenecientes a otras unidades militares, como West Malling o Detling, también podían ser utilizados durante las operaciones como bases provisionales o estaciones de repostaje. Ciertos sectores eran capaces de controlar hasta seis escuadrones, pero por lo general eran dos o tres.
            Era en la sala de filtrado de Bentley Priory donde toda la información de los ataques aéreos se recogía, evaluaba y comparaba con vuelos amigos conocidos. Una oficina de filtrado daba a cada incursión un número, y a continuación transfería la trayectoria a la sala de operaciones y al mismo tiempo a los controladores de grupo, que la pasaban a las estaciones del sector. Los sectores la hacían llegar al Cuerpo de Observadores. En esencia, por tanto, los datos fluían desde la periferia al centro, que los procesaba y convertía en información que distribuía por la organización. (…)
            La propia Unidad de Cazas no tomaba ninguna decisión táctica sobre los combates aéreos. El mando operativo dependía de los grupos, que eran quienes decidían cuándo la dirección del ataque estaba clara y cuándo enviar qué aviones. Pasaban las órdenes a los sectores especificando qué aparatos había que manda y qué incursiones había que interceptar. Los sectores eran, pues, responsables de poner sus aparatos en contacto con el enemigo, especificando la dirección y la altura a la que debían volar. Así pues, el grupo tomaba las decisiones tácticas: determinaba los objetivos de sus acciones, cuándo atacar y qué fuerzas utilizar. El sector tenía la responsabilidad táctica de desplegar estas fuerzas guiándolas hacia el enemigo y proporcionándoles una ventaja táctica. También eran responsables de hacer regresar a los pilotos, ayudándoles a orientarse y diciéndoles dónde aterrizar, no forzosamente en su aeródromo de origen. Los identificaban gracias a la IFF (Identificación de amigo o enemigo), que modificaba la seña de los cazas británicos en el radar y los localizaban gracias a un aparato de radio denominado «pitido-chirrido».
            En la Unidad de Cazas, los grupos y los sectores, el trazado de trayectorias se hacía de manera similar. En el centro de cada sala había una mesa grande con un mapa cuadriculado dibujado encima en el que se apreciaban los límites del grupo y del sector y los aeródromos. Las trayectorias de las incursiones hostiles eran trazadas por la Fuerza Aérea Auxiliar de Mujeres (WAAF), que trabajaba en tres turnos de unas diez horas (…) iban equipados con auriculares telefónicos y rastrillos de crupier con los que movían bloques pequeños de madera correspondientes a los distintos ataques. (…) Los bloques que representaban las incursiones tenían números encajados que aludían a la designación del taque – por ejemplo, H06 para «hostil 6» –, y debajo un cálculo aproximado de la fuerza – por ejemplo, «30+» –, para poner de manifiesto el tamaño mínimo indicado con valores positivos por la señal luminosa del radar. Detrás de los bloques se colocaban flechas indicadoras de la dirección del ataque. (…)

            Por encima (…) dispuestos en una especie de anfiteatro, lo que Churchill llamaba «platea alta», estaban los hombres que utilizaban la información suministrada por las mujeres. En una estación de sector había normalmente ocho, cada uno de los cuales tenía una función específica. En el centro se colocaba el controlador principal, que verificaba los escuadrones con base en la estación del sector. A su izquierda estaba un controlador adjunto que se ocupaba de otros escuadrones y flanqueándolos a ambos se hallaban dos controladores ayudantes, uno que escuchaba por radio a los otros sectores y el otro que se encargaba de los salvamentos aeronavales. A los lados de los controladores ayudantes había «Ops (operario) A», que estaban en contacto permanente con el grupo y «Ops B», que reunía a los pilotos dispersos y los hacían despegar con urgencia. En las alas del anfiteatro había oficiales de enlace que estaban en contacto directo con el cuartel general del Cuerpo de Observadores y la Unidad Antiaérea, respectivamente.
            Se empezó a trabajar en el sistema en 1937, y en 1940 aún se estaba perfeccionando y afianzando (…) Resolvió a las mil maravillas el problema de manejar cantidades ingentes de datos procedentes de una gran variedad de fuentes en un período muy breve de tiempo y el de utilizarlos para ejercer un control sobre los combates. Se trataba de un sistema para gestionar el caos. (…) Sus enormes méritos y su éxito final en la práctica cabe atribuirlos a diversos factores.
            Primero, su estructura organizativa era sencilla y las funciones estaban muy claras. (…) Bentley Priory distribuía información a un tiempo en grupos y sectores, y estos últimos podían conectarse con Grupos de Observadores locales en cuanto se enteraban de que pasaba algo en su zona. (…) Aunque se utilizaba para transmitir órdenes hacia abajo por la cadena de mando, también estaba concebida para permitir que alguien del sistema averiguara lo que quería, cuando quisiera, de cualquier otro (…)
            En segundo lugar era sólida. Las comunicaciones pasaban principalmente por el sistema telefónico existente en el país. (…) Las propios torres de radar parecían vulnerables, pero después demostraron ser muy resistentes a os bombardeos. Eran diana pequeñas, desagradables –los pilotos tendían casi instintivamente a cambiar de dirección cuando veían una masa de alambres que se acercaba –, y, lo más importante de todo, al ser construcciones de acero al descubierto no recibían de lleno ningún impacto, sino que facilitaban la dispersión de la carga explosiva, pero incluso entonces hacía falta suerte para estropearlas de manera sustancia. (…) Y si se alcanzaban las líneas eléctricas o de teléfono eran rápidamente reparadas.
            En tercer lugar, era flexible. Los controles de sectores y grupos eran muy elásticos, de modo que Dowding podía trasladar escuadrones con facilidad de un lado a otro. (…) También existía flexibilidad en el mando durante la batalla, pues tanto los grupos como los sectores podían asumir el control provisional de escuadrones de otro. Cada grupo podía pedir el apoyo de cualquier otro en cualquier momento. (…)
            En cuarto lugar, estaba dirigido con arreglo a un sistema riguroso de medidas de rendimiento, la mayoría de las cuales basadas en el tiempo, de modo que se veía sometido a mejoras continuas.
(Págs. 82 a 91)


Cuando la Wehrmacht llegó a las costas del Canal tras su fulminante y sorprendente (incluso para ellos mismos) victoria sobre Francia, la Luftwaffe empezó a lanzar ataques sobre Gran Bretaña con el objetivo de destruir a la RAF, topándose con un sólido muro defensivo que era el Sistema Dowding. 

Su derrota fue el preludio del fin del III Reich.


Libro: La batalla de Inglaterra
Autor: Stephen Bungay
Editorial: Ariel.