jueves, 29 de agosto de 2013

La batalla de Inglaterra


Los pocos


En 1945, tras la derrota de Alemania, un día los rusos preguntaron al comandante operativo de mayor rango de la Wehrmacht, el mariscal de campo Gerd von Rundstedt, qué batalla de la guerra consideraba que había sido decisiva. Esperaban que dijera «Stalingrado». Pero lo que dijo fue: «La batalla de Inglaterra». Guardaron sus libretas y se fueron.
(Pág 492)

La rápida victoria sobre Francia ocasionó un serio contratiempo a los alemanes: ¿cómo derrotar a Inglaterra? La única manera era la invasión, para la que no se habían preparado, pero antes de eso tenía que controlar las aguas del Canal de la Mancha y lo que era más importante: los cielos del sur de Inglaterra. Lo que se iba a enfrentar en estos eran dos fuerzas aéreas bien distintas.

La Luftwaffe era una organización creada por los nazis, por lo que estaba plagada recelos personales, luchas entre sus dirigentes, algunos de los cuales se llevaban mal unos con otros, y competencias repartidas para potenciar la rivalidad. Y aunque contaba con la valiosísima experiencia conseguida en la Guerra Civil Española, también tenía extrañas ideas: como la innecesaria instalación de aparatos de radio a bordo de los cazas (pág. 60). Algo curioso teniendo en cuenta que su instalación en los panzers de Guderian fue una de las claves de su victoria sobre Francia. Además su filosofía del héroe-guerrero, que ensalzaba la figura individualista, pseudocaballeresca y de cazador solitario, alentaba la búsqueda de marcas, es decir derribos, que era utilizada por la propaganda. Este sistema de incentivos por rendimiento significó que se inflaran las cifras de derribos en un número mucho mayor que el razonable, lo que al final nubló los datos reales de pérdidas de la RAF para el alto mando alemán, que creyó estar destruyendo muchos más aparatos de los que realmente hacía. Un famoso as alemán que regresó de un combate afirmando haber derribado tres Spitfire. La tripulación de tierra descubrió que sus armas no habían sido disparadas. Su puntuación aumentó, pero su prestigio bajó, y la historia se propagó como la pólvora (pág. 214). Por otro lado la Luftwaffe fue ideada primero como una fuerza táctica de apoyo a tierra y carecía de elementos estratégicos. Mentalidad que perduró en el tiempo, como pone de manifiesto el desarrollo del avión a reacción Messerschmitt Me 262 como cazabombardero en vez del excepcional caza que hubiera sido contra las formaciones de bombarderos que solaban Alemania día y noche.

El plan para destruir la RAF fue improvisado y poco coordinado, al dejar la estrategia en manos de los comandantes de sus Luftflotten, pretendiendo que solo con sobrevolar Inglaterra la RAF saldría a su encuentro y sería borrada del cielo. Estos eran Kesserling, Sperrle y Osterkamp, oficiales competencia e inteligentes, pero que actuaban de manera improvisada, y sin coordinación al más alto nivel y una mala inteligencia militar, que no había sabido detectar el sistema defensivo británico. No se aprendieron lecciones de pequeñas victorias obtenidas y se mantuvieron ideas preconcebidas antes de la batalla, cambiándose ya en  las últimas fases, como la reconversión de los Bf 110 o los Bf 109 en bombarderos en picado que hubieran significado un duro revés para la RAF. Se obviaron atacar de manera sistemática objetivos estratégicos como las fábricas aeronáuticas y en escasas ocasiones se ocuparon de dejar fuera de servicio las las estaciones de radar, lo que hubiera provocado no poder advertir la presencia de las formaciones alemanas antes de que atravesaran en Canal y calcular su objetivo y número para su interceptación. Cuando se centraron en los bases de la RAF se hizo sin saber que estaban atacando, por fin, los centros de control de los escuadrones, el corazón del Sistema Dowding. Aun así solo fueron inutilizadas unas pocas y durante algunas horas, ocasiones en que otra estación cercana podía asumir su función o simplemente se podían cambiar de ubicación. El 3 de septiembre la sala de operaciones de Kenley fue trasladada a la carnicería «Spice & Wallis, Familia de carniceros de calidad» del 11 de Godstone Road, en el cercano pueblo de Caterham (pág. 371). Mientras que las pistas de aterrizaje eran rápidamente reparadas, momentos en que los cazas podían aterrizar en otros aeródromos.

Cuando el objetivo se trasladó a Londres, con la idea de atraer a los cazas de la RAF y así destruirnos en el aire, la batalla ya estaba decidida. La Luftwaffe había perdido demasiados pilotos experimentados y sobre todo la iniciativa. No había sido sistemática a la hora de intentar destruir a su adversario. El cual, protegido tras la sólida barrera del Sistema Dowding, nunca había estado cerca de la derrota. Aunque se hubiera tenido que retirarse de algunos de los aeródromos del Grupo 11, aún contaban con bases intactas al norte y al suroeste, además de más cazas y pilotos que los alemanes. La Luftwaffe quiso hacer en pocas semanas lo que la RAF y la USAF tardaron dos años en conseguir: destruir a su adversario como una fuerza combativa coherente e importante para lanzarse sobre el continente Europeo con una total y completa superioridad aérea.

Por su parte la RAF, liderada por profesionales metódicos del arma aérea como Dowding y Park, se había estado preparando durante años a conciencia para la batalla que estaba librando, dotándose de estaciones de radar que la advertían con tiempo del ataque y con un mando y control flexible y efectivo llamado Sistema Dowding. Se tendía al trabajo en equipo entre los pilotos y poseían dos magníficas armas: el feo, pero robusto Hurricane (consiguió el 60% de los derribos) y el ágil y legendario Spitfire. Aunque también cometieron errores al usar las rígidas tácticas anteriores a la guerra que ocasionaron pérdidas innecesarias de pilotos. Y como el control táctico se encontraba en manos de los jefes de grupo, estos no actuaron de manera coordinada y cooperativa (por lo menos entre el Grupo 12 y 13 bajo el mando de Park y Leigh-Mallory, respectivamente) y lo hacían con tácticas muy diferentes, lo que ocasionaría roces entre ambos oficiales y sobre todo, se perdieron valiosas oportunidades para derribar más aviones alemanes.

Durante el verano de 1940, sobre los cielos de Gran Bretaña, se libró una de las batallas más decisivas de la 2ª Guerra Mundial. En aquel momento el III Reich había engullido media Europa: Checoslovaquia, Austria, Polonia, Noruega, Dinamarca y Francia, contando con Italia, Rumanía y Hungría como aliados. Su desenlace no solo posibilitó la resistencia, en solitario en aquel momento, de Gran Bretaña, como trampolín para los futuros ataques sobre alemanes, tanto aéreos, como terrestres, también consolidó políticamente al enemigo más acérrimo de Hitler: Winston Churchill.


La obra:
El relato de Bungay no solo hace un repaso a los combates aéreos y los derribos de unos y otro bando de manera diaria, sino que nos ofrece una visión global de la batalla de Inglaterra. Empieza con la situación política, la visión de Churchill, Lord Halifax y otros líderes políticos como Hitler y nos describe una Luftwaffe cuyas luchas intestinas entre sus dirigentes impidieron, por suerte, que se convirtiera en la aplastante y eficaz fuerza de combate que decía la propaganda de Goebbels. Luego pasa a describir la experiencia de los bombarderos de la 1ª Guerra Mundial, la opinión pública y la política al respecto y sobre todo la importancia de la creación del Mando de Cazas de la RAF en las expertas manos de sir Hugh Dowding. Nos detalla el desarrollo de la industria aeronáutica, repasando los aviones de uno y otro bando, así como sus estrategias. Sin olvidarse nunca de los pilotos, de uno y otro bando, que lucharon sobre los cielos de Inglaterra. Aquellos que dieron sus vidas y los que sobrevivieron a la contienda.

            Uno de esos hombres fue Bob Doe, que tras la guerra habló con algunas personas conocidas para ver si tenían un trabajo para él, y acabó incorporándose a un garaje familiar de Kent. Al final, compró a los propietarios su parte… Alquiló una bonita casa con un gran jardín en la frontera de Sussex. Ninguno de sus clientes sabía quién era. No le gustaba mostrar sus heridas en público, decía.
            Esto cambió en 1985, cuando apareció en un documental de Channel 4 titulado Los Pocos de Churchill… A la mañana siguiente del programa, entró un barrendero, que le estrechó la mano, dijo «Gracias» y se marchó. También se le acercó una anciana que le dio un beso, y sus clientes comenzaron a llamarle «sir». Bob no podía contener las lágrimas. En 1991 publicó por fin un breve libro con sus recuerdos.
(Pág. 509-510)


La edición:
El libro de Bungay es extenso y como suele suceder muy documentado. Las ilustraciones y mapas están insertadas entre los capítulos, lo que ayuda ciertamente a la comprensión, así como muchos gráficos y estadísticas de derribos, algo que a lo largo de todo el textos se denota de gran importancia. Ahora bien, las notas, muchas de las cuales contienen información adicional a la del texto están situadas todas en la parte posterior del libro, lo que hace tener que cambiar de páginas para leerlas sí entorpece la lectura. Muchas de ellos solo contienen el origen de la información, pero otras tienen datos interesantes que deberían situarse en la misma página del texto a la que hacen referencia, como ocurre con otras que sí están a pie de página a lo largo de todo el libro.


Aproximación personal:
Es un libro interesante por la visión global que hace el autor de esta batalla. No solo hace un resumen de los combates diarios, de los aviones derribados y los pilotos perdidos, sino de la industria, la política y nos muestra de forma clara las diferencias de las dos fuerzas enfrentadas: la Luftwaffe y la RAF. Una formada por héroes-guerreros y la otra por profesionales fríos y metódicos, que hacía de su trabajo el auténtico arte de la guerra. Unos creían en su superioridad y que podrían aplastar a sus enemigos fácilmente, los otros se habían preparado para una guerra larga y por tanto de desgaste y obligaron a los alemanes a luchar de una manera que no podían ganar. La Luftwaffe había perdido 1.887 aparatos, la RAF en su conjunto 1.547, lo que solo es un 20% menos. La proporción de derribos fue de 1,8 a 1, un margen muy estrecho. La unidad de cazas tenía el 6 de julio, 1.259 pilotos, el 2 de noviembre ascendían a 1.796, un incremento de un 40%. En diciembre de 1940 la fuerza de caza alemana había disminuido un 30% y la de bombardeo un 25%. La Luftwaffe perdió 2.698 aviadores, la Unidad de Cazas a 544 (téngase en cuenta las pérdidas de bombarderos, con un número mayor de tripulantes).

Winston Churchill dijo que el único momento en que creyó perder la guerra fue durante la batalla del Atlántico. Es decir que durante la batalla de Inglaterra sabía Gran Bretaña estaba sólidamente defendida por el Sistema Dowding y por unos pilotos valientes, a los que dedicó un elogio que quedará, tal vez, como el mayor hecho jamás a ningún soldado.

En gratitud de cada hogar de nuestra isla, de nuestro imperio y en realidad del mundo entero, salvo en las moradas de los culpables, acompaña a los aviadores británicos, que, sin dejarse intimidar por las dificultades, incansables ante los constantes desafíos y los peligros mortales, están cambiando el rumbo de la guerra con su destreza y lealtad. Jamás en la esfera de los conflictos humanos se ha debido tanto a tan pocos.

Winston Churchill, 14 de julio, 1940.

 Ll. C. H.

Puntuación: 5 (sobre 5)
Título: La batalla de Inglaterra
Título original: The most dangerous enemy
Autor: Stephen Bungay
Traductor: Joan Soler
Año: 2000
Editorial: Ariel (2008)
Páginas: 635
ISBN: 978-84-344-3485-1

sábado, 24 de agosto de 2013

Los nombres de la Nueve



El ruido de los motores de una columna de blindados hace esconderse a los parisinos.

El 18 de agosto el Partido Comunista Francés declaró la huelga general en la capital, alzándose barricadas en la calles para dificultar los movimientos de los vehículos alemanes. Días antes, el 13, el metro habían dejado de funcionar, el 15 la policía dejó de ir a trabajar, al igual que los carteros el 16. Ese día 18 la Prefectura de Policía de París había sido tomada por la resistencia. Se había iniciado la insurrección de París contra sus ocupantes alemanes. Lo que obligó a los aliados a cambiar sus planes, que originalmente iba a flanquear la ciudad y liberarla en septiembre. A las 6 de la mañana del 23 de agosto el general Philippe Leclerc de Hauteclocque puso la 2ª División Blindada en marcha, encabezada por el Regimiento de marcha del Chad y al frente la 9ª compañía de reconocimiento, al mando del capitán Raymond Dronne. A las puertas de la ciudad Leclerc le ordenó a Dronne que entrara en París con lo que tuviera.

Enseguida los parisinos se dan cuenta que la columna de blindados no es alemana, «Sont Américains!» gritan, pero al ver la Cruz de Lorena sobre la silueta de Francia pintada en los guardabarros la gente se da cuenta del error y gritan aún con más entusiasmo «Est-français, est-français!». Entre el júbilo de la población los blindados llegan al corazón de la ciudad: l’Hôtel de Ville, el ayuntamiento de París. Aquella noche desde la catedral de Notre-Dame se anuncia la llegada de las fuerzas aliadas con el tañido de sus campanas, enseguida se extiende y todos los campanarios de la ciudad anuncian su liberación. El pequeño destacamento que ha sido el primero en entrar en la ciudad suma en total 126 soldados y 20 o 21 blindados. Estos hombres y sus vehículos, con sus pintorescos nombres habían entrado en la historia, aunque por desgracia durante muchos años se les negó ese honor.

Cuando se formó el 3er batallón del Regimiento de Marcha del Chad, conocido como el “Batallón Español”, los tripulantes quisieron ponerles nombres a sus vehículos relacionados con España y la Guerra Civil: Barcelona, Aragón, Santander, La Mancha, C.N.T.-F.A.I., Durriti, La Pasionaria, Juanita, Almirante Buiza, Jarama, Zaragoza, Alcubierre, P.O.U.M.,… (1) Al final no se permitieron nombres políticos, pero sí el de algunas de las batallas más importantes de la guerra. Algunos de estos nombres llegaron aquella noche frente al Hôtel de Ville de París aquel 24 de agosto:

· «Mort aux cons!», nº 95122, el jeep del capitán Dronne, se traduciría «¡Muerte a los gilipollas!». Cuando el general Leclerc vio el nombre le preguntó: “¿Por qué quiere usted matar a todo el mundo?”. (2)
· «Les Cosaques», nº 410782.
· «Rescousse» nº 410301, el semi-oruga del equipo de mantenimiento.

La 2ª sección de combate estaba formada por los halftracks:
· «Résistance» nº 409012.
· «Teruel» nº 409664.
· «Libération» nº 410619, antes se había bautizado como «España Cañí».
· «Nous voila» nº 90571.
· «L’Ebre» nº 410982, arrastrando un cañón de 57mm.

La 3ª sección de combate, contaba con los siguientes halftrack:
· «Tunisie 43» nº 4095574.
· «Brunete» nº 415066.
· «Almiral Buiza» nº 406101.
· «Guadalajara» nº 410629.
· «Santander» nº 410621, arrastrando un cañón de 57mm

Acompañando a La Nueve iban tres tanques medios ShermanM4A2 , de la 2ª compañía de combate del 501 Regimiento de Carros de Combate, liderados por el teniente Michard, cuyos nombres eran de sendas batallas napoleónicas de 1814.

· «Montmirail», nº 420610.
· «Romilly», nº 420613.
· «Champaubert», nº 420582.

La 3ª compañía de combate, del 13º batallón de ingenieros se había sumado también al grupo de Dronne.

· Jeep nº 413464 del ayudante Cancel.
· «Le Méthodique».
· «Le Volontaire».
· «L’Entreprenant».


1ª sección de combate de Federico Moreno tuvo que permanecer limpiando Croix-de-Berny de alemanes, por lo que no se unieron al resto de sus compañeros hasta el 25 de agosto.
· «Don Quichotte», formando por una tripulación de diferentes regiones de España, no pudieron ponerse de acuerdo con el nombre.
· «Cap Serrat».
· «Les Pingoüins», su dotación anarquista quería llamarlo Buenaventura Durruti, pero al final le pusieron Los Pingüinos, que era el apodo dado por los franceses a los españoles.
· «Madrid».
· «Guernica», que arrastrando una pieza de 57mm.



Links de interés:

Notas
(1) “Republicanos Españoles en la 2ª Guerra Mundial”, de Eduardo Pons Prades, Planeta 1975, página 391.
(2) “El Día D. La batalla de Normandía” de Antony Beevor, Crítica 2009, página 629, del manuscrito inédito “Leclerc – The making of a French legend” de William Mortimer Moore.

jueves, 22 de agosto de 2013

La Nueve


Combatientes de la libertad


Guadalajara, Teruel, Madrid, Belchite, Ebro, Guernica, incluso Don Quijote, son nombres que nos recuerdan irremediablemente a España. Pero si les añadimos Les Cosaques o Les Pingouins, entonces evocamos otro lugar: la Porte d’Italie, el puente de Austerlitz sobre el Sena y la île de la Cité. A la sazón sabremos que estamos hablando de la liberación de París del 24 de agosto de 1944.

Francia había caído cuatro años antes de una manera inesperada y fulminante frente a las nuevas tácticas de guerra relámpago de la Wehrmacht alemana. Entonces se firmó un armisticio que dividía el país en dos partes, una de ellas con su capital en Vichy bajo el gobierno del mariscal Philippe Pétain. La mitad del país estaba bajo ocupación y la otra mitad bajo un régimen fascista y colaboracionista con el III Reich. Al mismo tiempo un general solitario y apenas conocido, nombrado subsecretario de Defensa Nacional por el gobierno de Reynaud, llamado Charles de Gaulle se traslada a Gran Bretaña y proclamaba la continuación de la lucha bajo el nombre de Francia Libre, que en aquel momento contaba con tan solo 4.000 soldados de todas las armas.

Poco a poco aquella Francia Libre fue aglutinando el resto de fuerzas francesas hasta convertirse en un miembro más de los países Aliados. En 1943 se formó la 2ª División Blindada, bajo el mando del general Leclerc, que había acudido a Gran Bretaña tras el llamamiento de Gaulle en 1940, y que se había hecho famoso por su marcha desde el Chad hasta Koufra, al sur de Libia, una travesía por el desierto de 650 kilómetros. Equipada con el material más moderno de armas y vehículos norteamericanos, entre sus 16.000 soldados había cerca de 2.000 republicanos españoles. La mayoría de ellos integrados en el 3er batallón del Regimiento de Marcha del Chad, conocido como el “Batallón Español” con su Novena compañía formada casi en su totalidad por españoles (146 de los 150 integrantes) era conocida como “La Nueve” en español.

Al mando de la compañía fue asignado al capitán Raymond Dronne, también gaullista de primera hora. Este los describía en su libro ‘Carnets de route d’un croisé de la France libre’ publicado en 1984 como: “A pesar de su aspecto rebelde, eran muy disciplinados, de una disciplina original, libremente consentida”. “La mayoría de aquellos hombres querían comprender las razones de lo que se les pedía y era necesario tomarse el trabajo de explicarles el porqué de las cosas”. “En su gran mayoría, no tenían el espíritu militar, eran incluso antimilitaristas, pero eran magníficos soldados, guerreros valientes y experimentados”. “Si abrazaron voluntariamente nuestra causa fue porque era la causa de la libertad. Realmente eran combatientes de la libertad”.


La división terminó de desembarcar en Normandía el 1 de agosto en la playa Utah y fueron encuadrados en el III Ejército estadounidense del general Patton. Y muy pronto La Nueve se forjó una fama de no retroceder “No cedían ni un palmo de terreno conquistado. Iban siempre delante” recuerdan algunos veteranos de la división. Cuando por fin, el 23 de agosto, se autoriza a Leclerc a dirigirse a París tras el alzamiento de la ciudad contra su ocupación, los 4.000 vehículos de la división tenían que atravesar 210 kilómetros que les separaba de la capital francesa, con el Regimiento de marcha de Chard en cabeza y La Nueve abriendo el camino. En la tarde del 24 de agosto, ya muy cerca de su objetivo, Dronne recibió la orden de volver sobre el eje de la marcha desde donde se encontraban, ya habiendo sobrepasado las últimas defensas alemanas en La-Croix-de-Berny. Cuando este se encontró con Leclerc, este le respondió: “Mire, Dronne, lo que debe de hacer en estos casos es no cumplir órdenes idiotas. Haga el favor de ponerse en camino y vaya derecho a París – le dijo el general tomándole por el brazo y señalándole el norte con su bastón –, y no se duerma, Dronne, no se duerma”.

El trayecto desde La-Croix-de-Berny hasta la Porte d’Italie se realizó en menos de 2 horas. Cuando la atravesaron eran las ocho y media de la tarde, llegando a la plaza del ayuntamiento a las 21:22. Para entonces Amado Granell había sido el primer soldado aliado en llegar al centro de París, adelantándose a Dronne al usar otra ruta. En total había 21 vehículos, entre los que se encuentran 3 carros Sherman, numerosos halftracks con pintorescos nombres pintados en ellos y varios vehículos ligeros, que sumaban 126 hombres. Formaron en erizo alrededor de la plaza, la cual poco a poco fue inundada por una marea de ciudadanos que se habían enterado de la llegada de las primeras tropas aliadas y no querían perderse ese momento.

De pronto, por encima del alborozo general y de las entusiastas estrofas de «La Marsellesa», comentó a oírse un doblar de campanas. Primero fue el grave sonido del bordón de Notre-Dame y poco después, en eco luminoso, comenzaron a repicar todas las campanas de París. Durante un largo rato de emoción intensa, más de doscientos campanarios repicaron por toda la capital el anuncio de la liberación.
(Pág. 150)



La obra:
El relato empieza con el contexto de como los integrantes de lo que sería La Nueve llegaron a formar parte de esta compañía motorizada del Regimiento de Marcha del Chad. “La Retirada” hacia la frontera Francesa tras la caída de Catalunya, la salida in-extremis de los puertos de Alicante. Del trato vejatorio, ignominioso, denigrante y sin motivo de los refugiados republicanos por parte del gobierno francés. Seguida de los combates en que participaron los españoles hasta la caída de Francia y su armisticio con Alemania. Está salpicado de los recuerdos y vivencias de aquellos que participaron en aquellos acontecimientos, muchos de ellos terminarían en La Nueve, transmitidas a la autora a través de entrevistas personales, completando con otras fuentes y una rigurosa documentación. Pasa a explicar cómo se formó la 2ª División Blindada en Marruecos y su entrenamiento en Gran Bretaña, hasta ser integrada en el III Ejército de Patton y su intervención en la liberación de París, las últimas batallas en Strasburgo y su llegada a Berschtesgaden al final de la guerra. Durante este relato también se intercala la historia del general Philippe Leclerc de Hauteclocque, oficial de carrera profesional y de rigurosa disciplina, pero respetado por los republicanos por su negativa a sacrificar las vidas de sus soldados inútilmente. Así por el general de Gaulle, los dos oficiales invencibles al no dejarse derrotar por la victoria de Alemania en 1940.

La parte final contiene las transcripciones de la autora con los miembros de La Nueve que pudo entrevistar y por tanto nos ofrece la visión personal de estos hombres: Germán Arrúe, Rafael Gómez, Daniel Hernández, Manuel Lozano, Fermín Pujol, Luis Royo, Faustino Solana, Manuel Fernández, Víctor Lantes y una pequeña biografía de Amado Granell, el hombre que “liberó” París.

El libro “La Nueve” permite, por tanto, tener una visión global de la situación de la Francia Libre, la formación de la 2ª División Blindada y sobre todo de los españoles que lucharon bajo la enseña tricolor durante su segunda guerra contra el fascismo.


Aproximación personal:
La liberación de París era simbólicamente la liberación de Francia y fue hecha por republicanos españoles, lo que de alguna manera demuestra la división que existía en el país galo y como los azares de la historia, devuelve la gloria a aquellos que habían sido tratados como parias y criminales cuando cruzaron las fronteras en 1939. La situación política posterior a la 2ª Guerra Mundial puede explicar el olvido de la gesta de La Nueve, porque en el fondo les demuestra a los franceses que la mayoría de ellos se habían dejado derrotar tras la victoria alemana de 1940. Tras la guerra era necesario unificar una nación dividida, en la que muchos de sus ciudadanos habían colaborado vergonzosamente con el ocupante o el gobierno fascista de Vichy. Y los españoles que habían ayudado a liberarla, luchando contra el fascismo hitleriano, fueron los algunos de los olvidados en aquel proceso. Pero la historia es caprichosa y en el 2004 la Alcaldía de París inauguró una placa en honor a aquellos hombres por quien repicaron las campanas de París aquella noche del 24 de agosto de 1944 tras cuatro años de silencio: a los liberadores españoles, aquellos “combatientes por la libertad”, como los ensalzó Dronne.


Tal vez esto solo sea una anécdota en la historia dentro del mar de llamas que era la 2ª Guerra Mundial. Pero la historia está construida de anécdotas. Y que aquellos expatriados, que no luchaban por su país, sino por sus ideas, no solo tuvieron el honor de liberar la ciudad de París, sino también de escoltar al general Charles de Gaulle por los Champs-Élysées durante la celebración del 26 de agosto en su camino hacia la catedral de Notre-Dame. Y esa distinción no fue casual en un hombre tan chovinista y celoso de la dignidad de Francia como de Gaulle: se lo merecían y recibieron ese privilegio. Como tampoco la orden de Leclerc a Dronne de no obedecer órdenes idiotas y seguir hacia París fue casual. Sabía que si podía confiar en alguien para liberar aquel día la «Ciudad de la Luz» era en sus republicanos españoles, que nunca cedían terreno, que era combatientes de la libertad.

Ll. C. H.

Puntuación: 5 (sobre 5)
Título: La Nueve. Los españoles que liberaron París
Autora: Evelyn Mesquida
Prólogo: Jorge Semprún
Año: 2008
Editorial: Ediciones B
Páginas: 292
ISBN: 978-84-666-2070-3