Los pocos
En
1945, tras la derrota de Alemania, un día los rusos preguntaron al comandante
operativo de mayor rango de la Wehrmacht,
el mariscal de campo Gerd von Rundstedt, qué batalla de la guerra consideraba
que había sido decisiva. Esperaban que dijera «Stalingrado». Pero lo que dijo fue: «La
batalla de Inglaterra». Guardaron sus libretas y se fueron.
(Pág
492)
La
rápida victoria sobre Francia ocasionó un serio contratiempo a los alemanes:
¿cómo derrotar a Inglaterra? La única manera era la invasión, para la que no se
habían preparado, pero antes de eso tenía que controlar las aguas del Canal de
la Mancha y lo que era más importante: los cielos del sur de Inglaterra. Lo que
se iba a enfrentar en estos eran dos fuerzas aéreas bien distintas.
La
Luftwaffe era una organización creada
por los nazis, por lo que estaba plagada recelos personales, luchas entre sus
dirigentes, algunos de los cuales se llevaban mal unos con otros, y competencias
repartidas para potenciar la rivalidad. Y aunque contaba con la valiosísima
experiencia conseguida en la Guerra Civil Española, también tenía extrañas
ideas: como la innecesaria instalación de aparatos de radio a bordo de los
cazas (pág. 60). Algo curioso teniendo en cuenta que su instalación en los panzers de Guderian fue una de las
claves de su victoria sobre Francia. Además su filosofía del héroe-guerrero,
que ensalzaba la figura individualista, pseudocaballeresca y de cazador solitario,
alentaba la búsqueda de marcas, es decir derribos, que era utilizada por la
propaganda. Este sistema de incentivos por rendimiento significó que se
inflaran las cifras de derribos en un número mucho mayor que el razonable, lo
que al final nubló los datos reales de pérdidas de la RAF para el alto mando
alemán, que creyó estar destruyendo muchos más aparatos de los que realmente
hacía. Un famoso as alemán que regresó de un combate afirmando haber derribado
tres Spitfire. La tripulación de
tierra descubrió que sus armas no habían sido disparadas. Su puntuación
aumentó, pero su prestigio bajó, y la historia se propagó como la pólvora (pág.
214). Por otro lado la Luftwaffe fue
ideada primero como una fuerza táctica de apoyo a tierra y carecía de elementos
estratégicos. Mentalidad que perduró en el tiempo, como pone de manifiesto el
desarrollo del avión a reacción Messerschmitt Me 262 como cazabombardero en vez
del excepcional caza que hubiera sido contra las formaciones de bombarderos que
solaban Alemania día y noche.
El
plan para destruir la RAF fue improvisado y poco coordinado, al dejar la
estrategia en manos de los comandantes de sus Luftflotten, pretendiendo que solo con sobrevolar Inglaterra la RAF
saldría a su encuentro y sería borrada del cielo. Estos eran Kesserling,
Sperrle y Osterkamp, oficiales competencia e inteligentes, pero que actuaban de
manera improvisada, y sin coordinación al más alto nivel y una mala
inteligencia militar, que no había sabido detectar el sistema defensivo
británico. No se aprendieron lecciones de pequeñas victorias obtenidas y se
mantuvieron ideas preconcebidas antes de la batalla, cambiándose ya en las últimas fases, como la reconversión de
los Bf 110 o los Bf 109 en bombarderos en picado que hubieran significado un
duro revés para la RAF. Se obviaron atacar de manera sistemática objetivos
estratégicos como las fábricas aeronáuticas y en escasas ocasiones se ocuparon
de dejar fuera de servicio las las estaciones de radar, lo que hubiera
provocado no poder advertir la presencia de las formaciones alemanas antes de
que atravesaran en Canal y calcular su objetivo y número para su
interceptación. Cuando se centraron en los bases de la RAF se hizo sin saber
que estaban atacando, por fin, los centros de control de los escuadrones, el
corazón del Sistema Dowding. Aun así solo fueron inutilizadas unas pocas y
durante algunas horas, ocasiones en que otra estación cercana podía asumir su
función o simplemente se podían cambiar de ubicación. El 3 de septiembre la
sala de operaciones de Kenley fue trasladada a la carnicería «Spice & Wallis, Familia de carniceros de calidad» del 11 de
Godstone Road, en el cercano pueblo de Caterham (pág. 371). Mientras que las
pistas de aterrizaje eran rápidamente reparadas, momentos en que los cazas
podían aterrizar en otros aeródromos.
Cuando
el objetivo se trasladó a Londres, con la idea de atraer a los cazas de la RAF
y así destruirnos en el aire, la batalla ya estaba decidida. La Luftwaffe había perdido demasiados
pilotos experimentados y sobre todo la iniciativa. No había sido sistemática a
la hora de intentar destruir a su adversario. El cual, protegido tras la sólida
barrera del Sistema Dowding, nunca había estado cerca de la derrota. Aunque se
hubiera tenido que retirarse de algunos de los aeródromos del Grupo 11, aún
contaban con bases intactas al norte y al suroeste, además de más cazas y
pilotos que los alemanes. La Luftwaffe
quiso hacer en pocas semanas lo que la RAF y la USAF tardaron dos años en
conseguir: destruir a su adversario como una fuerza combativa coherente e
importante para lanzarse sobre el continente Europeo con una total y completa
superioridad aérea.
Por
su parte la RAF, liderada por profesionales metódicos del arma aérea como
Dowding y Park, se había estado preparando durante años a conciencia para la
batalla que estaba librando, dotándose de estaciones de radar que la
advertían con tiempo del ataque y con un mando y control flexible y efectivo llamado Sistema Dowding. Se tendía al
trabajo en equipo entre los pilotos y poseían dos magníficas armas: el feo,
pero robusto Hurricane (consiguió el
60% de los derribos) y el ágil y legendario Spitfire.
Aunque también cometieron errores al usar las rígidas tácticas anteriores a la
guerra que ocasionaron pérdidas innecesarias de pilotos. Y como el control
táctico se encontraba en manos de los jefes de grupo, estos no actuaron de
manera coordinada y cooperativa (por lo menos entre el Grupo 12 y 13 bajo el
mando de Park y Leigh-Mallory, respectivamente) y lo hacían con tácticas muy
diferentes, lo que ocasionaría roces entre ambos oficiales y sobre todo, se
perdieron valiosas oportunidades para derribar más aviones alemanes.
Durante
el verano de 1940, sobre los cielos de Gran Bretaña, se libró una de las
batallas más decisivas de la 2ª Guerra Mundial. En aquel momento el III Reich
había engullido media Europa: Checoslovaquia, Austria, Polonia, Noruega,
Dinamarca y Francia, contando con Italia, Rumanía y Hungría como aliados. Su
desenlace no solo posibilitó la resistencia, en solitario en aquel momento, de
Gran Bretaña, como trampolín para los futuros ataques sobre alemanes, tanto
aéreos, como terrestres, también consolidó políticamente al enemigo más
acérrimo de Hitler: Winston Churchill.
La obra:
El
relato de Bungay no solo hace un repaso a los combates aéreos y los derribos de
unos y otro bando de manera diaria, sino que nos ofrece una visión global de la
batalla de Inglaterra. Empieza con la situación política, la visión de
Churchill, Lord Halifax y otros líderes políticos como Hitler y nos describe
una Luftwaffe cuyas luchas intestinas
entre sus dirigentes impidieron, por suerte, que se convirtiera en la
aplastante y eficaz fuerza de combate que decía la propaganda de Goebbels. Luego
pasa a describir la experiencia de los bombarderos de la 1ª Guerra Mundial, la
opinión pública y la política al respecto y sobre todo la importancia de la
creación del Mando de Cazas de la RAF en las expertas manos de sir Hugh Dowding.
Nos detalla el desarrollo de la industria aeronáutica, repasando los aviones de
uno y otro bando, así como sus estrategias. Sin olvidarse nunca de los pilotos,
de uno y otro bando, que lucharon sobre los cielos de Inglaterra. Aquellos que
dieron sus vidas y los que sobrevivieron a la contienda.
Uno de esos hombres fue Bob Doe, que
tras la guerra habló con algunas personas conocidas para ver si tenían un
trabajo para él, y acabó incorporándose a un garaje familiar de Kent. Al final,
compró a los propietarios su parte… Alquiló una bonita casa con un gran jardín
en la frontera de Sussex. Ninguno de sus clientes sabía quién era. No le
gustaba mostrar sus heridas en público, decía.
Esto cambió en 1985, cuando apareció
en un documental de Channel 4 titulado Los
Pocos de Churchill… A la mañana siguiente del programa, entró un
barrendero, que le estrechó la mano, dijo «Gracias» y se marchó. También se le
acercó una anciana que le dio un beso, y sus clientes comenzaron a llamarle «sir».
Bob no podía contener las lágrimas. En 1991 publicó por fin un breve libro con
sus recuerdos.
(Pág. 509-510)
La edición:
El
libro de Bungay es extenso y como suele suceder muy documentado. Las
ilustraciones y mapas están insertadas entre los capítulos, lo que ayuda
ciertamente a la comprensión, así como muchos gráficos y estadísticas de
derribos, algo que a lo largo de todo el textos se denota de gran importancia.
Ahora bien, las notas, muchas de las cuales contienen información adicional a
la del texto están situadas todas en la parte posterior del libro, lo que hace
tener que cambiar de páginas para leerlas sí entorpece la lectura. Muchas de
ellos solo contienen el origen de la información, pero otras tienen datos
interesantes que deberían situarse en la misma página del texto a la que hacen
referencia, como ocurre con otras que sí están a pie de página a lo largo de
todo el libro.
Aproximación
personal:
Es
un libro interesante por la visión global que hace el autor de esta batalla. No
solo hace un resumen de los combates diarios, de los aviones derribados y los
pilotos perdidos, sino de la industria, la política y nos muestra de forma clara
las diferencias de las dos fuerzas enfrentadas: la Luftwaffe y la RAF. Una formada por héroes-guerreros y la otra por
profesionales fríos y metódicos, que hacía de su trabajo el auténtico arte de la
guerra. Unos creían en su superioridad y que podrían aplastar a sus enemigos
fácilmente, los otros se habían preparado para una guerra larga y por tanto de
desgaste y obligaron a los alemanes a luchar de una manera que no podían ganar.
La Luftwaffe había perdido 1.887
aparatos, la RAF en su conjunto 1.547, lo que solo es un 20% menos. La
proporción de derribos fue de 1,8 a 1, un margen muy estrecho. La unidad de
cazas tenía el 6 de julio, 1.259 pilotos, el 2 de noviembre ascendían a 1.796,
un incremento de un 40%. En diciembre de 1940 la fuerza de caza alemana había
disminuido un 30% y la de bombardeo un 25%. La Luftwaffe perdió 2.698 aviadores, la Unidad de Cazas a 544 (téngase
en cuenta las pérdidas de bombarderos, con un número mayor de tripulantes).
Winston
Churchill dijo que el único momento en que creyó perder la guerra fue durante
la batalla del Atlántico. Es decir que durante la batalla de Inglaterra sabía
Gran Bretaña estaba sólidamente defendida por el Sistema Dowding y por unos
pilotos valientes, a los que dedicó un elogio que quedará, tal vez, como el
mayor hecho jamás a ningún soldado.
En gratitud de
cada hogar de nuestra isla, de nuestro imperio y en realidad del mundo entero,
salvo en las moradas de los culpables, acompaña a los aviadores británicos,
que, sin dejarse intimidar por las dificultades, incansables ante los
constantes desafíos y los peligros mortales, están cambiando el rumbo de la
guerra con su destreza y lealtad. Jamás en la esfera de los conflictos humanos
se ha debido tanto a tan pocos.
Winston
Churchill, 14 de julio, 1940.
Ll. C. H.
Puntuación:
5 (sobre 5)
Título:
La batalla de Inglaterra
Título
original: The most dangerous enemy
Autor:
Stephen Bungay
Traductor:
Joan Soler
Año:
2000
Editorial: Ariel (2008)
Páginas: 635
ISBN: 978-84-344-3485-1
A mí entender, es el libro más completo sobre la batalla de Inglaterra en castellano, aporta mucha documentación y expone los hechos sin caer demasiado en centrarse en los mitos y leyendas que esta batalla lleva aparejada en el mundo anglosajón. Muy interesante el capítulo dedicado a los pilotos de la RAF, así como las explicaciones de la evolución tecnológica de aviones, organización y radares, que supuso una de las claves de la victoria británica.
ResponderEliminarSaludos
Una cosa clara me quedó al leer el libro: los alemanes no podrían haber ganado esta batalla nunca sin cambiar sus tácticas y estrategias, quedándome claro que su estrepitosa derrota (por suerte) en 1945 era inevitable debido a su propia naturaleza.
EliminarPor otro lado el libro ciertamente es una maravilla, y extremadamente completo. Tal vez demasiado centrado en el Grupo 11 de Keith Park, sin ahondar en las acciones del Grupo 10 y Grupo 12, que aunque realmente no llevaron el peso de la lucha, sí participaron activamente en toda la batalla. En todo caso, una lectura excepcional.
Un saludo,