jueves, 29 de agosto de 2013

La batalla de Inglaterra


Los pocos


En 1945, tras la derrota de Alemania, un día los rusos preguntaron al comandante operativo de mayor rango de la Wehrmacht, el mariscal de campo Gerd von Rundstedt, qué batalla de la guerra consideraba que había sido decisiva. Esperaban que dijera «Stalingrado». Pero lo que dijo fue: «La batalla de Inglaterra». Guardaron sus libretas y se fueron.
(Pág 492)

La rápida victoria sobre Francia ocasionó un serio contratiempo a los alemanes: ¿cómo derrotar a Inglaterra? La única manera era la invasión, para la que no se habían preparado, pero antes de eso tenía que controlar las aguas del Canal de la Mancha y lo que era más importante: los cielos del sur de Inglaterra. Lo que se iba a enfrentar en estos eran dos fuerzas aéreas bien distintas.

La Luftwaffe era una organización creada por los nazis, por lo que estaba plagada recelos personales, luchas entre sus dirigentes, algunos de los cuales se llevaban mal unos con otros, y competencias repartidas para potenciar la rivalidad. Y aunque contaba con la valiosísima experiencia conseguida en la Guerra Civil Española, también tenía extrañas ideas: como la innecesaria instalación de aparatos de radio a bordo de los cazas (pág. 60). Algo curioso teniendo en cuenta que su instalación en los panzers de Guderian fue una de las claves de su victoria sobre Francia. Además su filosofía del héroe-guerrero, que ensalzaba la figura individualista, pseudocaballeresca y de cazador solitario, alentaba la búsqueda de marcas, es decir derribos, que era utilizada por la propaganda. Este sistema de incentivos por rendimiento significó que se inflaran las cifras de derribos en un número mucho mayor que el razonable, lo que al final nubló los datos reales de pérdidas de la RAF para el alto mando alemán, que creyó estar destruyendo muchos más aparatos de los que realmente hacía. Un famoso as alemán que regresó de un combate afirmando haber derribado tres Spitfire. La tripulación de tierra descubrió que sus armas no habían sido disparadas. Su puntuación aumentó, pero su prestigio bajó, y la historia se propagó como la pólvora (pág. 214). Por otro lado la Luftwaffe fue ideada primero como una fuerza táctica de apoyo a tierra y carecía de elementos estratégicos. Mentalidad que perduró en el tiempo, como pone de manifiesto el desarrollo del avión a reacción Messerschmitt Me 262 como cazabombardero en vez del excepcional caza que hubiera sido contra las formaciones de bombarderos que solaban Alemania día y noche.

El plan para destruir la RAF fue improvisado y poco coordinado, al dejar la estrategia en manos de los comandantes de sus Luftflotten, pretendiendo que solo con sobrevolar Inglaterra la RAF saldría a su encuentro y sería borrada del cielo. Estos eran Kesserling, Sperrle y Osterkamp, oficiales competencia e inteligentes, pero que actuaban de manera improvisada, y sin coordinación al más alto nivel y una mala inteligencia militar, que no había sabido detectar el sistema defensivo británico. No se aprendieron lecciones de pequeñas victorias obtenidas y se mantuvieron ideas preconcebidas antes de la batalla, cambiándose ya en  las últimas fases, como la reconversión de los Bf 110 o los Bf 109 en bombarderos en picado que hubieran significado un duro revés para la RAF. Se obviaron atacar de manera sistemática objetivos estratégicos como las fábricas aeronáuticas y en escasas ocasiones se ocuparon de dejar fuera de servicio las las estaciones de radar, lo que hubiera provocado no poder advertir la presencia de las formaciones alemanas antes de que atravesaran en Canal y calcular su objetivo y número para su interceptación. Cuando se centraron en los bases de la RAF se hizo sin saber que estaban atacando, por fin, los centros de control de los escuadrones, el corazón del Sistema Dowding. Aun así solo fueron inutilizadas unas pocas y durante algunas horas, ocasiones en que otra estación cercana podía asumir su función o simplemente se podían cambiar de ubicación. El 3 de septiembre la sala de operaciones de Kenley fue trasladada a la carnicería «Spice & Wallis, Familia de carniceros de calidad» del 11 de Godstone Road, en el cercano pueblo de Caterham (pág. 371). Mientras que las pistas de aterrizaje eran rápidamente reparadas, momentos en que los cazas podían aterrizar en otros aeródromos.

Cuando el objetivo se trasladó a Londres, con la idea de atraer a los cazas de la RAF y así destruirnos en el aire, la batalla ya estaba decidida. La Luftwaffe había perdido demasiados pilotos experimentados y sobre todo la iniciativa. No había sido sistemática a la hora de intentar destruir a su adversario. El cual, protegido tras la sólida barrera del Sistema Dowding, nunca había estado cerca de la derrota. Aunque se hubiera tenido que retirarse de algunos de los aeródromos del Grupo 11, aún contaban con bases intactas al norte y al suroeste, además de más cazas y pilotos que los alemanes. La Luftwaffe quiso hacer en pocas semanas lo que la RAF y la USAF tardaron dos años en conseguir: destruir a su adversario como una fuerza combativa coherente e importante para lanzarse sobre el continente Europeo con una total y completa superioridad aérea.

Por su parte la RAF, liderada por profesionales metódicos del arma aérea como Dowding y Park, se había estado preparando durante años a conciencia para la batalla que estaba librando, dotándose de estaciones de radar que la advertían con tiempo del ataque y con un mando y control flexible y efectivo llamado Sistema Dowding. Se tendía al trabajo en equipo entre los pilotos y poseían dos magníficas armas: el feo, pero robusto Hurricane (consiguió el 60% de los derribos) y el ágil y legendario Spitfire. Aunque también cometieron errores al usar las rígidas tácticas anteriores a la guerra que ocasionaron pérdidas innecesarias de pilotos. Y como el control táctico se encontraba en manos de los jefes de grupo, estos no actuaron de manera coordinada y cooperativa (por lo menos entre el Grupo 12 y 13 bajo el mando de Park y Leigh-Mallory, respectivamente) y lo hacían con tácticas muy diferentes, lo que ocasionaría roces entre ambos oficiales y sobre todo, se perdieron valiosas oportunidades para derribar más aviones alemanes.

Durante el verano de 1940, sobre los cielos de Gran Bretaña, se libró una de las batallas más decisivas de la 2ª Guerra Mundial. En aquel momento el III Reich había engullido media Europa: Checoslovaquia, Austria, Polonia, Noruega, Dinamarca y Francia, contando con Italia, Rumanía y Hungría como aliados. Su desenlace no solo posibilitó la resistencia, en solitario en aquel momento, de Gran Bretaña, como trampolín para los futuros ataques sobre alemanes, tanto aéreos, como terrestres, también consolidó políticamente al enemigo más acérrimo de Hitler: Winston Churchill.


La obra:
El relato de Bungay no solo hace un repaso a los combates aéreos y los derribos de unos y otro bando de manera diaria, sino que nos ofrece una visión global de la batalla de Inglaterra. Empieza con la situación política, la visión de Churchill, Lord Halifax y otros líderes políticos como Hitler y nos describe una Luftwaffe cuyas luchas intestinas entre sus dirigentes impidieron, por suerte, que se convirtiera en la aplastante y eficaz fuerza de combate que decía la propaganda de Goebbels. Luego pasa a describir la experiencia de los bombarderos de la 1ª Guerra Mundial, la opinión pública y la política al respecto y sobre todo la importancia de la creación del Mando de Cazas de la RAF en las expertas manos de sir Hugh Dowding. Nos detalla el desarrollo de la industria aeronáutica, repasando los aviones de uno y otro bando, así como sus estrategias. Sin olvidarse nunca de los pilotos, de uno y otro bando, que lucharon sobre los cielos de Inglaterra. Aquellos que dieron sus vidas y los que sobrevivieron a la contienda.

            Uno de esos hombres fue Bob Doe, que tras la guerra habló con algunas personas conocidas para ver si tenían un trabajo para él, y acabó incorporándose a un garaje familiar de Kent. Al final, compró a los propietarios su parte… Alquiló una bonita casa con un gran jardín en la frontera de Sussex. Ninguno de sus clientes sabía quién era. No le gustaba mostrar sus heridas en público, decía.
            Esto cambió en 1985, cuando apareció en un documental de Channel 4 titulado Los Pocos de Churchill… A la mañana siguiente del programa, entró un barrendero, que le estrechó la mano, dijo «Gracias» y se marchó. También se le acercó una anciana que le dio un beso, y sus clientes comenzaron a llamarle «sir». Bob no podía contener las lágrimas. En 1991 publicó por fin un breve libro con sus recuerdos.
(Pág. 509-510)


La edición:
El libro de Bungay es extenso y como suele suceder muy documentado. Las ilustraciones y mapas están insertadas entre los capítulos, lo que ayuda ciertamente a la comprensión, así como muchos gráficos y estadísticas de derribos, algo que a lo largo de todo el textos se denota de gran importancia. Ahora bien, las notas, muchas de las cuales contienen información adicional a la del texto están situadas todas en la parte posterior del libro, lo que hace tener que cambiar de páginas para leerlas sí entorpece la lectura. Muchas de ellos solo contienen el origen de la información, pero otras tienen datos interesantes que deberían situarse en la misma página del texto a la que hacen referencia, como ocurre con otras que sí están a pie de página a lo largo de todo el libro.


Aproximación personal:
Es un libro interesante por la visión global que hace el autor de esta batalla. No solo hace un resumen de los combates diarios, de los aviones derribados y los pilotos perdidos, sino de la industria, la política y nos muestra de forma clara las diferencias de las dos fuerzas enfrentadas: la Luftwaffe y la RAF. Una formada por héroes-guerreros y la otra por profesionales fríos y metódicos, que hacía de su trabajo el auténtico arte de la guerra. Unos creían en su superioridad y que podrían aplastar a sus enemigos fácilmente, los otros se habían preparado para una guerra larga y por tanto de desgaste y obligaron a los alemanes a luchar de una manera que no podían ganar. La Luftwaffe había perdido 1.887 aparatos, la RAF en su conjunto 1.547, lo que solo es un 20% menos. La proporción de derribos fue de 1,8 a 1, un margen muy estrecho. La unidad de cazas tenía el 6 de julio, 1.259 pilotos, el 2 de noviembre ascendían a 1.796, un incremento de un 40%. En diciembre de 1940 la fuerza de caza alemana había disminuido un 30% y la de bombardeo un 25%. La Luftwaffe perdió 2.698 aviadores, la Unidad de Cazas a 544 (téngase en cuenta las pérdidas de bombarderos, con un número mayor de tripulantes).

Winston Churchill dijo que el único momento en que creyó perder la guerra fue durante la batalla del Atlántico. Es decir que durante la batalla de Inglaterra sabía Gran Bretaña estaba sólidamente defendida por el Sistema Dowding y por unos pilotos valientes, a los que dedicó un elogio que quedará, tal vez, como el mayor hecho jamás a ningún soldado.

En gratitud de cada hogar de nuestra isla, de nuestro imperio y en realidad del mundo entero, salvo en las moradas de los culpables, acompaña a los aviadores británicos, que, sin dejarse intimidar por las dificultades, incansables ante los constantes desafíos y los peligros mortales, están cambiando el rumbo de la guerra con su destreza y lealtad. Jamás en la esfera de los conflictos humanos se ha debido tanto a tan pocos.

Winston Churchill, 14 de julio, 1940.

 Ll. C. H.

Puntuación: 5 (sobre 5)
Título: La batalla de Inglaterra
Título original: The most dangerous enemy
Autor: Stephen Bungay
Traductor: Joan Soler
Año: 2000
Editorial: Ariel (2008)
Páginas: 635
ISBN: 978-84-344-3485-1

2 comentarios:

  1. A mí entender, es el libro más completo sobre la batalla de Inglaterra en castellano, aporta mucha documentación y expone los hechos sin caer demasiado en centrarse en los mitos y leyendas que esta batalla lleva aparejada en el mundo anglosajón. Muy interesante el capítulo dedicado a los pilotos de la RAF, así como las explicaciones de la evolución tecnológica de aviones, organización y radares, que supuso una de las claves de la victoria británica.

    Saludos

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    1. Una cosa clara me quedó al leer el libro: los alemanes no podrían haber ganado esta batalla nunca sin cambiar sus tácticas y estrategias, quedándome claro que su estrepitosa derrota (por suerte) en 1945 era inevitable debido a su propia naturaleza.

      Por otro lado el libro ciertamente es una maravilla, y extremadamente completo. Tal vez demasiado centrado en el Grupo 11 de Keith Park, sin ahondar en las acciones del Grupo 10 y Grupo 12, que aunque realmente no llevaron el peso de la lucha, sí participaron activamente en toda la batalla. En todo caso, una lectura excepcional.

      Un saludo,

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