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jueves, 5 de septiembre de 2013

Al borde del abismo


Casus belli


Siempre de habla de Hitler como un jugador y Polonia fue la apuesta que perdió y que lo llevó a provocar la guerra más devastadora del siglo XX, y con ella el fin de su régimen.

Si en agosto y septiembre de 1939 en Europa se jugó una partida de póker, la apuesta que estaba sobre el tapete era el futuro de Polonia. Hitler estaba convencido de que Gran Bretaña y Francia se tragarían que tenía la mano ganadora y no declararían la guerra, apostando que podría apoderarse de Polonia como lo había hecho antes con Austria y Checoslovaquia. Stalin se había asegurado la jugada pactando de Hitler y se había retirado de la partida, sabedor que al final ganaría la mitad de Polonia dando igual sí Alemania o las potencias occidentales ganaran la mano. Mussolini también se había retirado, Polonia quedaba lejos de su zona de influencia: el Mediterráneo y no quería enfrentarse ni a Gran Bretaña, ni a Francia. Mientras que Chamberlain y Daladier se habían cansado de los anteriores faroles de Hitler como el de Checoslovaquia, sabían que su palabra no valía ni el papel de los acuerdos en que estaban firmados y esta vez no cedieron. De manera que el farol de Hitler no triunfó, y así empezó lo que se convertiría en la 2ª Guerra Mundial.

Hitler había encontrado un aliado insospechado en Stalin, que pactó con él, no solo la división de Polonia, sino también las esferas de influencia en Europa Central. Y pensaba que tanto Chamberlain como Daladier volverían a retroceder, temerosos, ante el estallido de una nueva guerra en Europa. Lo que se indudable es que Hitler deseaba la guerra para probar las nuevas armas que tenía la Wehrmacht en acción y expandir su III Reich hacia aquel lebensraum, el espacio vital para asegurarse el abastecimiento de materia prima para su Alemania. Para ese esfuerza bélico a partir del 1 de septiembre entrarían en vigor varios decretos y órdenes, entre las que destacaba la autorización de Hitler de la eutanasia de discapacitados mentales y físicos. Se esperaba así liberar instalaciones y recursos médicos para los heridos de la nueva guerra, pero en realidad los definió como un lastro genético, por lo que fueron asesinados 70.000 alemanes durante los siguientes meses y años. (pág. 84) Y ya durante el verano se había dado instrucciones al jefe de la policía y de las SS Heinrich Himmler de que se preparara para una guerra racial en el este, que creó grupos de acción o Einsatzgruppen para actuar justo después de las tropas de primera línea y ejecutar a todo aquel que pudiera considerarse peligro en el Nuevo Orden que se quería implantar en la Polonia conquistada. No solo judíos, sino intelectuales, sacerdotes, profesores, aristócratas, periodistas… en definitiva a cualquier que perteneciera a la élite polaca para allanar el camino a la germanización de las zonas conquistadas. Las órdenes para la operación Tannenberg se distaron entre julio y agosto, creando 5 grupos que fueron asignados a cada Ejército alemán que intervendrían en la invasión. (págs. 76-77) Era la semilla de la Solución Final de la demente ideología nazi.

 
Durante aquellos días se tomaron decisiones que resultarían decisivas para el destino de millones de personas en todo el planeta. Decisivas para el futuro de toda la humanidad, que moldearon el curso de la historia de manera completamente diferente, marcando el destino de las décadas siguientes de tal manera que aún hoy en día nos afectan, varias generaciones después.





La obra:
Sus 159 se leen muy rápidamente, sobre todo por la clara prosa de Overy, donde nos transmiten las decisiones que tuvieron lugar entre los días finales de agosto de 1939 con el pazo entre Ribbentrop y Molotov, hasta la declaración de guerra de Chamberlain y Daladier a Alemania el 3 de septiembre. Como si fuéramos, nosotros los lectores, testigos mudos de los acontecimientos que ocurrieron en la Cancillería de Wilhelmstrasse de Berlín, en el 10 de Downing Street en Londres o en el Palacio del Elíseo de París.

No podemos saber lo que pasa por la cabeza de las personas. Pero a través de sus actos podemos hacernos una idea, imaginarlo, deducirlo. Analizando los sucesos nos podemos llegar a hacer una idea de por qué se llevó a cabo una acción. Que alternativas había y tal vez porque se tomaron esas decisiones. Y eso es lo que nos permite hacer este interesante libro de Richard Overy, imprescindible para entender el inicio del conflicto más importante en la historia moderna de la humanidad.


La edición:
A pesar de ser un libro corto cuenta con la sección de Notas, donde se recogen las fuentes usados por Overy.  Así como un interesante Índice Onomástico, que permite la rápida búsqueda de los personajes mencionados en la obra. La edición solo cuenta con un mapa de la zona del Corredor de Danzing entre Polonia y Alemania, cuya escusa utilizó Hitler para invadir a su vecino del este. No tiene ninguna fotografía, que aunque tampoco es necesaria, siempre es de agradecer poder ver cómo eran aquellos de los que se habla en el libro, para ubicarlos o hacerte una imagen mental de lo que está ocurriendo. Tusquets hace una edición sobria y correcta de un libro muy interesante que nos habla del inicio de una guerra terrible.


Aproximación personal:
En 1939 Polonia fue sacrificada, ya que ni Francia ni Gran Bretaña tenían capacidad de atacar a Alemania el 3 de septiembre. Curiosamente en 1945 su territorio estaba en poder de Stalin, lejos de unas tropas aliadas exhaustas tras 5 años de guerra, el mismo hombre que pocos días antes del inicio de aquella guerra había pactado con Hitler la división del país. Y Polonia volvió a ser sacrificada.

Recordaremos a Neville Chamberlain descendiendo del avión en el aeródromo de Heston tras los Acuerdos de Múnich en septiembre de 1938, cuya réplica de Winston Churchill pesaría como una sola sobre la historia: “Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra, elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”. Pero también es cierto que el 3 de septiembre del año siguiente Chamberlain tuvo la valentía de declararle la guerra a Hitler. Aquel hombre de aspecto regio, de auténtica flema británica, se paró ante el tirano, ante la bestia, cansado de sus mentiras y sus métodos y dijo: basta. Incontables hombres y mujeres, jóvenes y ancianos sufrirían lo insufrible para detener al tirano y a sus esbirros, pero finalmente fueron derrotados y su régimen fue extinto.
 Ll. C. H.


Puntuación: 5 (sobre 5)
Título: Al borde del abismo.
Subtítulo: Diez días que condujeron a la segunda guerra mundial
Título original: 1939. Countdown to war
Autor: Richard Overy
Traductora: Isabel Ferrer Marrades
Año: 2009 (Penguin Press)
Editorial: Tusquets Editores (2010)
Páginas: 159
ISBN: 978-84-8383-259-1

jueves, 22 de agosto de 2013

La Nueve


Combatientes de la libertad


Guadalajara, Teruel, Madrid, Belchite, Ebro, Guernica, incluso Don Quijote, son nombres que nos recuerdan irremediablemente a España. Pero si les añadimos Les Cosaques o Les Pingouins, entonces evocamos otro lugar: la Porte d’Italie, el puente de Austerlitz sobre el Sena y la île de la Cité. A la sazón sabremos que estamos hablando de la liberación de París del 24 de agosto de 1944.

Francia había caído cuatro años antes de una manera inesperada y fulminante frente a las nuevas tácticas de guerra relámpago de la Wehrmacht alemana. Entonces se firmó un armisticio que dividía el país en dos partes, una de ellas con su capital en Vichy bajo el gobierno del mariscal Philippe Pétain. La mitad del país estaba bajo ocupación y la otra mitad bajo un régimen fascista y colaboracionista con el III Reich. Al mismo tiempo un general solitario y apenas conocido, nombrado subsecretario de Defensa Nacional por el gobierno de Reynaud, llamado Charles de Gaulle se traslada a Gran Bretaña y proclamaba la continuación de la lucha bajo el nombre de Francia Libre, que en aquel momento contaba con tan solo 4.000 soldados de todas las armas.

Poco a poco aquella Francia Libre fue aglutinando el resto de fuerzas francesas hasta convertirse en un miembro más de los países Aliados. En 1943 se formó la 2ª División Blindada, bajo el mando del general Leclerc, que había acudido a Gran Bretaña tras el llamamiento de Gaulle en 1940, y que se había hecho famoso por su marcha desde el Chad hasta Koufra, al sur de Libia, una travesía por el desierto de 650 kilómetros. Equipada con el material más moderno de armas y vehículos norteamericanos, entre sus 16.000 soldados había cerca de 2.000 republicanos españoles. La mayoría de ellos integrados en el 3er batallón del Regimiento de Marcha del Chad, conocido como el “Batallón Español” con su Novena compañía formada casi en su totalidad por españoles (146 de los 150 integrantes) era conocida como “La Nueve” en español.

Al mando de la compañía fue asignado al capitán Raymond Dronne, también gaullista de primera hora. Este los describía en su libro ‘Carnets de route d’un croisé de la France libre’ publicado en 1984 como: “A pesar de su aspecto rebelde, eran muy disciplinados, de una disciplina original, libremente consentida”. “La mayoría de aquellos hombres querían comprender las razones de lo que se les pedía y era necesario tomarse el trabajo de explicarles el porqué de las cosas”. “En su gran mayoría, no tenían el espíritu militar, eran incluso antimilitaristas, pero eran magníficos soldados, guerreros valientes y experimentados”. “Si abrazaron voluntariamente nuestra causa fue porque era la causa de la libertad. Realmente eran combatientes de la libertad”.


La división terminó de desembarcar en Normandía el 1 de agosto en la playa Utah y fueron encuadrados en el III Ejército estadounidense del general Patton. Y muy pronto La Nueve se forjó una fama de no retroceder “No cedían ni un palmo de terreno conquistado. Iban siempre delante” recuerdan algunos veteranos de la división. Cuando por fin, el 23 de agosto, se autoriza a Leclerc a dirigirse a París tras el alzamiento de la ciudad contra su ocupación, los 4.000 vehículos de la división tenían que atravesar 210 kilómetros que les separaba de la capital francesa, con el Regimiento de marcha de Chard en cabeza y La Nueve abriendo el camino. En la tarde del 24 de agosto, ya muy cerca de su objetivo, Dronne recibió la orden de volver sobre el eje de la marcha desde donde se encontraban, ya habiendo sobrepasado las últimas defensas alemanas en La-Croix-de-Berny. Cuando este se encontró con Leclerc, este le respondió: “Mire, Dronne, lo que debe de hacer en estos casos es no cumplir órdenes idiotas. Haga el favor de ponerse en camino y vaya derecho a París – le dijo el general tomándole por el brazo y señalándole el norte con su bastón –, y no se duerma, Dronne, no se duerma”.

El trayecto desde La-Croix-de-Berny hasta la Porte d’Italie se realizó en menos de 2 horas. Cuando la atravesaron eran las ocho y media de la tarde, llegando a la plaza del ayuntamiento a las 21:22. Para entonces Amado Granell había sido el primer soldado aliado en llegar al centro de París, adelantándose a Dronne al usar otra ruta. En total había 21 vehículos, entre los que se encuentran 3 carros Sherman, numerosos halftracks con pintorescos nombres pintados en ellos y varios vehículos ligeros, que sumaban 126 hombres. Formaron en erizo alrededor de la plaza, la cual poco a poco fue inundada por una marea de ciudadanos que se habían enterado de la llegada de las primeras tropas aliadas y no querían perderse ese momento.

De pronto, por encima del alborozo general y de las entusiastas estrofas de «La Marsellesa», comentó a oírse un doblar de campanas. Primero fue el grave sonido del bordón de Notre-Dame y poco después, en eco luminoso, comenzaron a repicar todas las campanas de París. Durante un largo rato de emoción intensa, más de doscientos campanarios repicaron por toda la capital el anuncio de la liberación.
(Pág. 150)



La obra:
El relato empieza con el contexto de como los integrantes de lo que sería La Nueve llegaron a formar parte de esta compañía motorizada del Regimiento de Marcha del Chad. “La Retirada” hacia la frontera Francesa tras la caída de Catalunya, la salida in-extremis de los puertos de Alicante. Del trato vejatorio, ignominioso, denigrante y sin motivo de los refugiados republicanos por parte del gobierno francés. Seguida de los combates en que participaron los españoles hasta la caída de Francia y su armisticio con Alemania. Está salpicado de los recuerdos y vivencias de aquellos que participaron en aquellos acontecimientos, muchos de ellos terminarían en La Nueve, transmitidas a la autora a través de entrevistas personales, completando con otras fuentes y una rigurosa documentación. Pasa a explicar cómo se formó la 2ª División Blindada en Marruecos y su entrenamiento en Gran Bretaña, hasta ser integrada en el III Ejército de Patton y su intervención en la liberación de París, las últimas batallas en Strasburgo y su llegada a Berschtesgaden al final de la guerra. Durante este relato también se intercala la historia del general Philippe Leclerc de Hauteclocque, oficial de carrera profesional y de rigurosa disciplina, pero respetado por los republicanos por su negativa a sacrificar las vidas de sus soldados inútilmente. Así por el general de Gaulle, los dos oficiales invencibles al no dejarse derrotar por la victoria de Alemania en 1940.

La parte final contiene las transcripciones de la autora con los miembros de La Nueve que pudo entrevistar y por tanto nos ofrece la visión personal de estos hombres: Germán Arrúe, Rafael Gómez, Daniel Hernández, Manuel Lozano, Fermín Pujol, Luis Royo, Faustino Solana, Manuel Fernández, Víctor Lantes y una pequeña biografía de Amado Granell, el hombre que “liberó” París.

El libro “La Nueve” permite, por tanto, tener una visión global de la situación de la Francia Libre, la formación de la 2ª División Blindada y sobre todo de los españoles que lucharon bajo la enseña tricolor durante su segunda guerra contra el fascismo.


Aproximación personal:
La liberación de París era simbólicamente la liberación de Francia y fue hecha por republicanos españoles, lo que de alguna manera demuestra la división que existía en el país galo y como los azares de la historia, devuelve la gloria a aquellos que habían sido tratados como parias y criminales cuando cruzaron las fronteras en 1939. La situación política posterior a la 2ª Guerra Mundial puede explicar el olvido de la gesta de La Nueve, porque en el fondo les demuestra a los franceses que la mayoría de ellos se habían dejado derrotar tras la victoria alemana de 1940. Tras la guerra era necesario unificar una nación dividida, en la que muchos de sus ciudadanos habían colaborado vergonzosamente con el ocupante o el gobierno fascista de Vichy. Y los españoles que habían ayudado a liberarla, luchando contra el fascismo hitleriano, fueron los algunos de los olvidados en aquel proceso. Pero la historia es caprichosa y en el 2004 la Alcaldía de París inauguró una placa en honor a aquellos hombres por quien repicaron las campanas de París aquella noche del 24 de agosto de 1944 tras cuatro años de silencio: a los liberadores españoles, aquellos “combatientes por la libertad”, como los ensalzó Dronne.


Tal vez esto solo sea una anécdota en la historia dentro del mar de llamas que era la 2ª Guerra Mundial. Pero la historia está construida de anécdotas. Y que aquellos expatriados, que no luchaban por su país, sino por sus ideas, no solo tuvieron el honor de liberar la ciudad de París, sino también de escoltar al general Charles de Gaulle por los Champs-Élysées durante la celebración del 26 de agosto en su camino hacia la catedral de Notre-Dame. Y esa distinción no fue casual en un hombre tan chovinista y celoso de la dignidad de Francia como de Gaulle: se lo merecían y recibieron ese privilegio. Como tampoco la orden de Leclerc a Dronne de no obedecer órdenes idiotas y seguir hacia París fue casual. Sabía que si podía confiar en alguien para liberar aquel día la «Ciudad de la Luz» era en sus republicanos españoles, que nunca cedían terreno, que era combatientes de la libertad.

Ll. C. H.

Puntuación: 5 (sobre 5)
Título: La Nueve. Los españoles que liberaron París
Autora: Evelyn Mesquida
Prólogo: Jorge Semprún
Año: 2008
Editorial: Ediciones B
Páginas: 292
ISBN: 978-84-666-2070-3