Mostrando entradas con la etiqueta Ariel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ariel. Mostrar todas las entradas

jueves, 29 de agosto de 2013

La batalla de Inglaterra


Los pocos


En 1945, tras la derrota de Alemania, un día los rusos preguntaron al comandante operativo de mayor rango de la Wehrmacht, el mariscal de campo Gerd von Rundstedt, qué batalla de la guerra consideraba que había sido decisiva. Esperaban que dijera «Stalingrado». Pero lo que dijo fue: «La batalla de Inglaterra». Guardaron sus libretas y se fueron.
(Pág 492)

La rápida victoria sobre Francia ocasionó un serio contratiempo a los alemanes: ¿cómo derrotar a Inglaterra? La única manera era la invasión, para la que no se habían preparado, pero antes de eso tenía que controlar las aguas del Canal de la Mancha y lo que era más importante: los cielos del sur de Inglaterra. Lo que se iba a enfrentar en estos eran dos fuerzas aéreas bien distintas.

La Luftwaffe era una organización creada por los nazis, por lo que estaba plagada recelos personales, luchas entre sus dirigentes, algunos de los cuales se llevaban mal unos con otros, y competencias repartidas para potenciar la rivalidad. Y aunque contaba con la valiosísima experiencia conseguida en la Guerra Civil Española, también tenía extrañas ideas: como la innecesaria instalación de aparatos de radio a bordo de los cazas (pág. 60). Algo curioso teniendo en cuenta que su instalación en los panzers de Guderian fue una de las claves de su victoria sobre Francia. Además su filosofía del héroe-guerrero, que ensalzaba la figura individualista, pseudocaballeresca y de cazador solitario, alentaba la búsqueda de marcas, es decir derribos, que era utilizada por la propaganda. Este sistema de incentivos por rendimiento significó que se inflaran las cifras de derribos en un número mucho mayor que el razonable, lo que al final nubló los datos reales de pérdidas de la RAF para el alto mando alemán, que creyó estar destruyendo muchos más aparatos de los que realmente hacía. Un famoso as alemán que regresó de un combate afirmando haber derribado tres Spitfire. La tripulación de tierra descubrió que sus armas no habían sido disparadas. Su puntuación aumentó, pero su prestigio bajó, y la historia se propagó como la pólvora (pág. 214). Por otro lado la Luftwaffe fue ideada primero como una fuerza táctica de apoyo a tierra y carecía de elementos estratégicos. Mentalidad que perduró en el tiempo, como pone de manifiesto el desarrollo del avión a reacción Messerschmitt Me 262 como cazabombardero en vez del excepcional caza que hubiera sido contra las formaciones de bombarderos que solaban Alemania día y noche.

El plan para destruir la RAF fue improvisado y poco coordinado, al dejar la estrategia en manos de los comandantes de sus Luftflotten, pretendiendo que solo con sobrevolar Inglaterra la RAF saldría a su encuentro y sería borrada del cielo. Estos eran Kesserling, Sperrle y Osterkamp, oficiales competencia e inteligentes, pero que actuaban de manera improvisada, y sin coordinación al más alto nivel y una mala inteligencia militar, que no había sabido detectar el sistema defensivo británico. No se aprendieron lecciones de pequeñas victorias obtenidas y se mantuvieron ideas preconcebidas antes de la batalla, cambiándose ya en  las últimas fases, como la reconversión de los Bf 110 o los Bf 109 en bombarderos en picado que hubieran significado un duro revés para la RAF. Se obviaron atacar de manera sistemática objetivos estratégicos como las fábricas aeronáuticas y en escasas ocasiones se ocuparon de dejar fuera de servicio las las estaciones de radar, lo que hubiera provocado no poder advertir la presencia de las formaciones alemanas antes de que atravesaran en Canal y calcular su objetivo y número para su interceptación. Cuando se centraron en los bases de la RAF se hizo sin saber que estaban atacando, por fin, los centros de control de los escuadrones, el corazón del Sistema Dowding. Aun así solo fueron inutilizadas unas pocas y durante algunas horas, ocasiones en que otra estación cercana podía asumir su función o simplemente se podían cambiar de ubicación. El 3 de septiembre la sala de operaciones de Kenley fue trasladada a la carnicería «Spice & Wallis, Familia de carniceros de calidad» del 11 de Godstone Road, en el cercano pueblo de Caterham (pág. 371). Mientras que las pistas de aterrizaje eran rápidamente reparadas, momentos en que los cazas podían aterrizar en otros aeródromos.

Cuando el objetivo se trasladó a Londres, con la idea de atraer a los cazas de la RAF y así destruirnos en el aire, la batalla ya estaba decidida. La Luftwaffe había perdido demasiados pilotos experimentados y sobre todo la iniciativa. No había sido sistemática a la hora de intentar destruir a su adversario. El cual, protegido tras la sólida barrera del Sistema Dowding, nunca había estado cerca de la derrota. Aunque se hubiera tenido que retirarse de algunos de los aeródromos del Grupo 11, aún contaban con bases intactas al norte y al suroeste, además de más cazas y pilotos que los alemanes. La Luftwaffe quiso hacer en pocas semanas lo que la RAF y la USAF tardaron dos años en conseguir: destruir a su adversario como una fuerza combativa coherente e importante para lanzarse sobre el continente Europeo con una total y completa superioridad aérea.

Por su parte la RAF, liderada por profesionales metódicos del arma aérea como Dowding y Park, se había estado preparando durante años a conciencia para la batalla que estaba librando, dotándose de estaciones de radar que la advertían con tiempo del ataque y con un mando y control flexible y efectivo llamado Sistema Dowding. Se tendía al trabajo en equipo entre los pilotos y poseían dos magníficas armas: el feo, pero robusto Hurricane (consiguió el 60% de los derribos) y el ágil y legendario Spitfire. Aunque también cometieron errores al usar las rígidas tácticas anteriores a la guerra que ocasionaron pérdidas innecesarias de pilotos. Y como el control táctico se encontraba en manos de los jefes de grupo, estos no actuaron de manera coordinada y cooperativa (por lo menos entre el Grupo 12 y 13 bajo el mando de Park y Leigh-Mallory, respectivamente) y lo hacían con tácticas muy diferentes, lo que ocasionaría roces entre ambos oficiales y sobre todo, se perdieron valiosas oportunidades para derribar más aviones alemanes.

Durante el verano de 1940, sobre los cielos de Gran Bretaña, se libró una de las batallas más decisivas de la 2ª Guerra Mundial. En aquel momento el III Reich había engullido media Europa: Checoslovaquia, Austria, Polonia, Noruega, Dinamarca y Francia, contando con Italia, Rumanía y Hungría como aliados. Su desenlace no solo posibilitó la resistencia, en solitario en aquel momento, de Gran Bretaña, como trampolín para los futuros ataques sobre alemanes, tanto aéreos, como terrestres, también consolidó políticamente al enemigo más acérrimo de Hitler: Winston Churchill.


La obra:
El relato de Bungay no solo hace un repaso a los combates aéreos y los derribos de unos y otro bando de manera diaria, sino que nos ofrece una visión global de la batalla de Inglaterra. Empieza con la situación política, la visión de Churchill, Lord Halifax y otros líderes políticos como Hitler y nos describe una Luftwaffe cuyas luchas intestinas entre sus dirigentes impidieron, por suerte, que se convirtiera en la aplastante y eficaz fuerza de combate que decía la propaganda de Goebbels. Luego pasa a describir la experiencia de los bombarderos de la 1ª Guerra Mundial, la opinión pública y la política al respecto y sobre todo la importancia de la creación del Mando de Cazas de la RAF en las expertas manos de sir Hugh Dowding. Nos detalla el desarrollo de la industria aeronáutica, repasando los aviones de uno y otro bando, así como sus estrategias. Sin olvidarse nunca de los pilotos, de uno y otro bando, que lucharon sobre los cielos de Inglaterra. Aquellos que dieron sus vidas y los que sobrevivieron a la contienda.

            Uno de esos hombres fue Bob Doe, que tras la guerra habló con algunas personas conocidas para ver si tenían un trabajo para él, y acabó incorporándose a un garaje familiar de Kent. Al final, compró a los propietarios su parte… Alquiló una bonita casa con un gran jardín en la frontera de Sussex. Ninguno de sus clientes sabía quién era. No le gustaba mostrar sus heridas en público, decía.
            Esto cambió en 1985, cuando apareció en un documental de Channel 4 titulado Los Pocos de Churchill… A la mañana siguiente del programa, entró un barrendero, que le estrechó la mano, dijo «Gracias» y se marchó. También se le acercó una anciana que le dio un beso, y sus clientes comenzaron a llamarle «sir». Bob no podía contener las lágrimas. En 1991 publicó por fin un breve libro con sus recuerdos.
(Pág. 509-510)


La edición:
El libro de Bungay es extenso y como suele suceder muy documentado. Las ilustraciones y mapas están insertadas entre los capítulos, lo que ayuda ciertamente a la comprensión, así como muchos gráficos y estadísticas de derribos, algo que a lo largo de todo el textos se denota de gran importancia. Ahora bien, las notas, muchas de las cuales contienen información adicional a la del texto están situadas todas en la parte posterior del libro, lo que hace tener que cambiar de páginas para leerlas sí entorpece la lectura. Muchas de ellos solo contienen el origen de la información, pero otras tienen datos interesantes que deberían situarse en la misma página del texto a la que hacen referencia, como ocurre con otras que sí están a pie de página a lo largo de todo el libro.


Aproximación personal:
Es un libro interesante por la visión global que hace el autor de esta batalla. No solo hace un resumen de los combates diarios, de los aviones derribados y los pilotos perdidos, sino de la industria, la política y nos muestra de forma clara las diferencias de las dos fuerzas enfrentadas: la Luftwaffe y la RAF. Una formada por héroes-guerreros y la otra por profesionales fríos y metódicos, que hacía de su trabajo el auténtico arte de la guerra. Unos creían en su superioridad y que podrían aplastar a sus enemigos fácilmente, los otros se habían preparado para una guerra larga y por tanto de desgaste y obligaron a los alemanes a luchar de una manera que no podían ganar. La Luftwaffe había perdido 1.887 aparatos, la RAF en su conjunto 1.547, lo que solo es un 20% menos. La proporción de derribos fue de 1,8 a 1, un margen muy estrecho. La unidad de cazas tenía el 6 de julio, 1.259 pilotos, el 2 de noviembre ascendían a 1.796, un incremento de un 40%. En diciembre de 1940 la fuerza de caza alemana había disminuido un 30% y la de bombardeo un 25%. La Luftwaffe perdió 2.698 aviadores, la Unidad de Cazas a 544 (téngase en cuenta las pérdidas de bombarderos, con un número mayor de tripulantes).

Winston Churchill dijo que el único momento en que creyó perder la guerra fue durante la batalla del Atlántico. Es decir que durante la batalla de Inglaterra sabía Gran Bretaña estaba sólidamente defendida por el Sistema Dowding y por unos pilotos valientes, a los que dedicó un elogio que quedará, tal vez, como el mayor hecho jamás a ningún soldado.

En gratitud de cada hogar de nuestra isla, de nuestro imperio y en realidad del mundo entero, salvo en las moradas de los culpables, acompaña a los aviadores británicos, que, sin dejarse intimidar por las dificultades, incansables ante los constantes desafíos y los peligros mortales, están cambiando el rumbo de la guerra con su destreza y lealtad. Jamás en la esfera de los conflictos humanos se ha debido tanto a tan pocos.

Winston Churchill, 14 de julio, 1940.

 Ll. C. H.

Puntuación: 5 (sobre 5)
Título: La batalla de Inglaterra
Título original: The most dangerous enemy
Autor: Stephen Bungay
Traductor: Joan Soler
Año: 2000
Editorial: Ariel (2008)
Páginas: 635
ISBN: 978-84-344-3485-1

jueves, 15 de agosto de 2013

Sistema Dowding



El muro defensivo
De la batalla de Inglaterra se evocan las imágenes de los valientes y solitarios pilotos de la RAF corriendo hacia sus Spitfires en busca de las oleadas de aviones de la Luftwaffe. Aunque esta imagen es correcta, se ha de recordar que estos eran las puntas de una flecha compuesta por un complejo, sofisticado y eficaz sistema de defensa que protegía las islas británicas y que había sido creado unos años antes.

 
            La Unidad de Cazas estaba liderada por el mariscal del aire sir Hugh Dowding, nombrado para este cargo el 14 de julio de 1936, siendo el oficial de alto rango más mayor de la RAF. A principios de la 1ª Guerra Mundial se había incorporado al RFC (Royal Flying Corps) participando en combates sobre el frente occidental, para pasar a mejorar los criterios de instrucción. Fue director de Formación, y estuvo destinado en puestos operativos en Transjordania, Palestina y finalmente a ser miembro del Consejo del Aire para Suministros e Investigación en 1930. Por tanto, sabía lo que era ser piloto, tenía experiencia operativa superior, era capaz de crear y dirigir una fuerza de combate eficaz y había pasado cinco años estudiando las últimas tecnologías disponibles para la fuerza aérea.
            Abstemio y frugal, Dowding detestaba el alboroto y el espectáculo. Su apodo en la RAF era «Stuffy» (acartonado, estirado).
            Así pues, en 1936 Gran Bretaña tenía a un hombre solo, bien es cierto que extraño, al mando de su defensa aérea, con el control directo no sólo de los cazas sino también de la Unidad Antiaérea, la Unidad de Globos y el Cuerpo de Observadores, y con la responsabilidad del suministro, el control, la cobertura informativa y la red de avisos de incursiones. La Unidad de Cazas era afortunada por tener al frente a un hombre que conocía todos los problemas implicados, comprendía la tecnología, había pensado en cómo aplicarla, y era capaz de recurrir a la experiencia práctica obtenida en todos los niveles de las operaciones aéreas.
            En 1937, Dowding encontró el aliado político que necesitaba, cuando Neville Chamberlain asumió el cargo de primer ministro. …[A Chamberlain] le horrorizaba la opinión de Baldwin de que «la única defensa es el ataque, lo que significa que, si quieres salvarte, has de matar más mujeres y niños del más rápidamente que el enemigo». Por tanto, insistía en que el rearme aéreo cambiara sus prioridades y pusiera más énfasis en la defensa con cazas.
            Su ministro de Coordinación de la Defensa, sir Thomas Inskip, desempeñó en esto un papel importante. (…) Guiado por el hecho de que los cazas son más baratos que los bombarderos (…) en vez de recortar también la producción de cazas, incrementó su número y se convirtió en un importante aliado de Dowding.
            (…) El país necesitaba tiempo. Chamberlain lo sabía, y quizá ello tuvo que ver con su deseo de negociar con Hitler sobre Checoslovaquia, en Múnich, en 1938. Sea como sea, prestó un inmenso servicio a su país y al mundo libre al impulsar, en 1937, la creación de la Unidad de Cazas.
            No obstante, todos los cazas del mundo servían de bien poco si no eran capaces de encontrar al enemigo. La experiencia de 1915-18 sugería que esto no era una cuestión trivial. Tampoco estaba claro cómo se podía controlar esos aparatos. Evidentemente, no se les podía hacer despegar sólo con la esperanza de que descubrieran algo sobre lo que mereciera la pena disparar.
            Nadie ha pasado más tiempo pensando sobre estas cuestiones críticas de control y mando que Hugh Dowding, quien se puso a trabajar para crear un sistema que aún se conoce como Sistema Dowding, que ha llegado a nuestros días esencialmente sin cambios. (…)
            La nueva tecnología [llamada «descubrimiento de dirección por radio» o RDF, más conocido como radar] permitía a los operarios expertos calcular cuatro cosas: el tiempo transcurrido entre la emisión de una señal y su recepción revelaba la distancia respecto al objetivo; mediante un dispositivo llamado goniómetro se podía evaluar la posición (es decir, la dirección del vuelo); la forma y el comportamiento del punto luminoso (es decir, la cantidad de interferencia en la señal de radio transmitida) indicaba la fuerza del ataque; y mediante la conexión y la desconexión con distintas antenas receptoras se podía calcular la altura. La calidad de la información dependía decisivamente de la destreza y la experiencia de los operarios, pues tan importante era el cálculo como el criterio. Tenía que trabajar muy deprisa, de lo contrario la información devenía inútil. También actuaban bajo presión, pues de la precisión de sus informes dependían muchas vidas. La presión era mayor si sospechaban, como pronto fue el caso, que las fuerzas hostiles iban derechas hacia ellos. (…)
            El RDF era la primera línea de detección, pero apuntaba lejos de las costas de Gran Bretaña. Una vez tierra adentro, los aviones eran localizados visualmente por el Cuerpo Real de Observadores, organización que Dowing heredó de 1917 (…) Constituía también la principal fuente de los servicios de inteligencia sobre vuelos a baja altura que posaban por debajo de la red de radares siguiendo lo que actualmente es el método estándar para eludir la detección, método no usado sistemáticamente por entonces. En 1940, había unos 30.000 observadores cubriendo el Reino Unido, organizados en puestos de 50 en cada uno de los 31 grupos. Cada puesto tenía una conexión telefónica con el Centro del Cuerpo de Observadores de Horsham, y desde ahí con el cuartel general de la Unidad de Cazas de Bentley Priory.
            El cuartel general de la Unidad de Cazas era el procesador central de toda la información procedente del sistema de avisos de ataques aéreos. Transmitía la información por las fibras nerviosas de la organización de la Unidad, que era sencilla y elástica. Dowding creó tres grupos, cada uno con responsabilidad en el espacio aéreo de un área concreta. El Grupo 11 cubría el sudeste, el Grupo 12 las Midlands (región central), y el Grupo 13 el norte y Escocia. El 8 de julio de 1940, dada la nueva amenaza en la costa sur, se creó el Grupo 10 para cubrir el sudoeste. Los grupos se dividían en sectores, a los que se asignaban letras, aunque por lo general se los conocía por el nombre de su estación de sector, que era el aeródromo que los controlaba. El Grupo 11, cuyo cuartel general estaba en Uxbridge, constaba de siete sectores con las letras A, B, C, D, E, F y Z, controlados desde Tangmere, Kenley, Biggin Hill, Hornchurch, North Weald, Debden y Northolt, respectivamente. Los sectores tenían aeródromos «satélite» más pequeños bajo su control donde había escuadrones estacionados (p. ej., el 10 de julio Kenley albergaba los escuadrones 64 y 615 y controlaba también los escuadrones 111 y 501 en su satélite Croydon). Los campos de aviación pertenecientes a otras unidades militares, como West Malling o Detling, también podían ser utilizados durante las operaciones como bases provisionales o estaciones de repostaje. Ciertos sectores eran capaces de controlar hasta seis escuadrones, pero por lo general eran dos o tres.
            Era en la sala de filtrado de Bentley Priory donde toda la información de los ataques aéreos se recogía, evaluaba y comparaba con vuelos amigos conocidos. Una oficina de filtrado daba a cada incursión un número, y a continuación transfería la trayectoria a la sala de operaciones y al mismo tiempo a los controladores de grupo, que la pasaban a las estaciones del sector. Los sectores la hacían llegar al Cuerpo de Observadores. En esencia, por tanto, los datos fluían desde la periferia al centro, que los procesaba y convertía en información que distribuía por la organización. (…)
            La propia Unidad de Cazas no tomaba ninguna decisión táctica sobre los combates aéreos. El mando operativo dependía de los grupos, que eran quienes decidían cuándo la dirección del ataque estaba clara y cuándo enviar qué aviones. Pasaban las órdenes a los sectores especificando qué aparatos había que manda y qué incursiones había que interceptar. Los sectores eran, pues, responsables de poner sus aparatos en contacto con el enemigo, especificando la dirección y la altura a la que debían volar. Así pues, el grupo tomaba las decisiones tácticas: determinaba los objetivos de sus acciones, cuándo atacar y qué fuerzas utilizar. El sector tenía la responsabilidad táctica de desplegar estas fuerzas guiándolas hacia el enemigo y proporcionándoles una ventaja táctica. También eran responsables de hacer regresar a los pilotos, ayudándoles a orientarse y diciéndoles dónde aterrizar, no forzosamente en su aeródromo de origen. Los identificaban gracias a la IFF (Identificación de amigo o enemigo), que modificaba la seña de los cazas británicos en el radar y los localizaban gracias a un aparato de radio denominado «pitido-chirrido».
            En la Unidad de Cazas, los grupos y los sectores, el trazado de trayectorias se hacía de manera similar. En el centro de cada sala había una mesa grande con un mapa cuadriculado dibujado encima en el que se apreciaban los límites del grupo y del sector y los aeródromos. Las trayectorias de las incursiones hostiles eran trazadas por la Fuerza Aérea Auxiliar de Mujeres (WAAF), que trabajaba en tres turnos de unas diez horas (…) iban equipados con auriculares telefónicos y rastrillos de crupier con los que movían bloques pequeños de madera correspondientes a los distintos ataques. (…) Los bloques que representaban las incursiones tenían números encajados que aludían a la designación del taque – por ejemplo, H06 para «hostil 6» –, y debajo un cálculo aproximado de la fuerza – por ejemplo, «30+» –, para poner de manifiesto el tamaño mínimo indicado con valores positivos por la señal luminosa del radar. Detrás de los bloques se colocaban flechas indicadoras de la dirección del ataque. (…)

            Por encima (…) dispuestos en una especie de anfiteatro, lo que Churchill llamaba «platea alta», estaban los hombres que utilizaban la información suministrada por las mujeres. En una estación de sector había normalmente ocho, cada uno de los cuales tenía una función específica. En el centro se colocaba el controlador principal, que verificaba los escuadrones con base en la estación del sector. A su izquierda estaba un controlador adjunto que se ocupaba de otros escuadrones y flanqueándolos a ambos se hallaban dos controladores ayudantes, uno que escuchaba por radio a los otros sectores y el otro que se encargaba de los salvamentos aeronavales. A los lados de los controladores ayudantes había «Ops (operario) A», que estaban en contacto permanente con el grupo y «Ops B», que reunía a los pilotos dispersos y los hacían despegar con urgencia. En las alas del anfiteatro había oficiales de enlace que estaban en contacto directo con el cuartel general del Cuerpo de Observadores y la Unidad Antiaérea, respectivamente.
            Se empezó a trabajar en el sistema en 1937, y en 1940 aún se estaba perfeccionando y afianzando (…) Resolvió a las mil maravillas el problema de manejar cantidades ingentes de datos procedentes de una gran variedad de fuentes en un período muy breve de tiempo y el de utilizarlos para ejercer un control sobre los combates. Se trataba de un sistema para gestionar el caos. (…) Sus enormes méritos y su éxito final en la práctica cabe atribuirlos a diversos factores.
            Primero, su estructura organizativa era sencilla y las funciones estaban muy claras. (…) Bentley Priory distribuía información a un tiempo en grupos y sectores, y estos últimos podían conectarse con Grupos de Observadores locales en cuanto se enteraban de que pasaba algo en su zona. (…) Aunque se utilizaba para transmitir órdenes hacia abajo por la cadena de mando, también estaba concebida para permitir que alguien del sistema averiguara lo que quería, cuando quisiera, de cualquier otro (…)
            En segundo lugar era sólida. Las comunicaciones pasaban principalmente por el sistema telefónico existente en el país. (…) Las propios torres de radar parecían vulnerables, pero después demostraron ser muy resistentes a os bombardeos. Eran diana pequeñas, desagradables –los pilotos tendían casi instintivamente a cambiar de dirección cuando veían una masa de alambres que se acercaba –, y, lo más importante de todo, al ser construcciones de acero al descubierto no recibían de lleno ningún impacto, sino que facilitaban la dispersión de la carga explosiva, pero incluso entonces hacía falta suerte para estropearlas de manera sustancia. (…) Y si se alcanzaban las líneas eléctricas o de teléfono eran rápidamente reparadas.
            En tercer lugar, era flexible. Los controles de sectores y grupos eran muy elásticos, de modo que Dowding podía trasladar escuadrones con facilidad de un lado a otro. (…) También existía flexibilidad en el mando durante la batalla, pues tanto los grupos como los sectores podían asumir el control provisional de escuadrones de otro. Cada grupo podía pedir el apoyo de cualquier otro en cualquier momento. (…)
            En cuarto lugar, estaba dirigido con arreglo a un sistema riguroso de medidas de rendimiento, la mayoría de las cuales basadas en el tiempo, de modo que se veía sometido a mejoras continuas.
(Págs. 82 a 91)


Cuando la Wehrmacht llegó a las costas del Canal tras su fulminante y sorprendente (incluso para ellos mismos) victoria sobre Francia, la Luftwaffe empezó a lanzar ataques sobre Gran Bretaña con el objetivo de destruir a la RAF, topándose con un sólido muro defensivo que era el Sistema Dowding. 

Su derrota fue el preludio del fin del III Reich.


Libro: La batalla de Inglaterra
Autor: Stephen Bungay
Editorial: Ariel.

jueves, 17 de enero de 2013

La batalla del Somme


Carnicería en las trincheras


La batalla el Somme es, como indica el subtítulo de la obra, la batalla más sangrienta de la 1ª Guerra Mundial. Solo en el primer día de la ofensiva británica hubo 19.240 muertos y 36.000 heridos. Es un ejemplo de como la maquinaria surgida de la revolución industrial era capaz de segar las vidas de toda una generación.

La mayoría de los soldados que lucharon en el Somme procedían del Ejército de Kitchener, denominación que tenían las unidades de los voluntarios reclutados tras el llamamiento del Secretario de Estado de Guerra británico Horatio Kitchener a partir de 1914. Estas estaban formadas en muchas ocasiones por amigos y vecinos de los mismos distritos, ciudades, incluso gremios o escuelas de toda Gran Bretaña, de manera que eran también llamados “batallones de camaradas”. Por ejemplo uno formado por los corredores de bolsa de Londres, mientras que la ciudad de Hull contó con cuatro batallones conocidos como los Comerciantes de Hull, los Tenderos de Hull, los Deportistas de Hull y Los Otros de Hull o en Glasgow se constituyó uno de conductores, revisores mecánicos y trabajadores del Departamento de Tranvías de la ciudad.

Esos eran los hombres que se lanzarían sobre las líneas alemanas entre el 1 de julio y el 18 de noviembre de 1916 situadas en la región francesa de Picardía. Al mismo tiempo que se reducía la presión alemana sobre Verdún, se esperaba que en unos días se lograra una brecha en las líneas alemanas que permitiera lanzar a la caballería para explotar la ruptura. Pero nunca ocurrió aquella Ofensiva Decisiva que esperaban los Aliados y que desembocaría de nuevo en una guerra de movimientos. En realidad los alemanes, presionados por sus bajas lo que hicieron fue retroceder unos pocos quilómetros a otra línea de trincheras llamada la Línea Hindenburg, que se mantuvo más o menos estática hasta la Operación Michael, la ofensiva alemana de primera de 1918.


La obra:
El libro de Gilbert, extremadamente documentado, “en ningún momento olvida – ni permite que el lector olvide – que los ejércitos combatientes estaban compuestos de millones de individuos” como indica en la contraportada Lyn McDonald del Sunday Times. Y es que a medida que vamos avanzando el lector tiene la sensación de que casi ninguno de los protagonistas de sus páginas sobrevivió a la batalla, citando constantemente el lugar de enterramiento o el monumento donde figura su nombre si su cuerpo nunca fue hallado. Y es que esa era la intención de Gilbert: exponer la brutalidad de la batalla a través de los hechos y testigos escritos: relatos, cartas y sobre todo poesías de aquellos que nunca regresaron del Somme.

De esa manera narra la cadencia de ofensivas y ataques que las tropas Aliadas realizaron durante el verano y el otoño de 1916. Desde los preparativos, donde las presiones francesas eran cada vez más grandes para el inicio de la batalla, que obligó a desencadenar el ataque antes de que las tropas estuvieran listas. Y la acumulación de tropas y munición. Hasta aquel aciago primero de julio, continuando los combates por tomar Mametz, Fricourt, Montauban, el bosque Alto o Serre y los altos del río Ancre, ya al final de la batalla, con la nieve cubriendo los campos de Picardía. Siempre a través de estremecedores recordatorios de los hombres que lucharon y murieron en la batalla del Somme.

Y es que el libro no está centrado en los grandes aspectos estratégicos globales o tácticos, ni ahonda en temas operativos o de armamento, sino que se basa en testigos de la batalla. Les sigue el rastro directo dejado por los protagonistas de los ataques, centrándose casi en exclusiva, en los participantes británicos y de la Commonwealth, sin apenas referencias a la presencia y el sufrimiento de alemanes, de manera que se pierde la visión global de la batalla. Por ejemplo el ejército alemán sufrió la escalofriante cifra de 435.000 bajas, entre ellos 164.055 muertos o desaparecidos. Y otro tanto ocurre con los franceses, que aunque debilitados por la batalla de Verdún, soportaron los combates del sector sur del Somme. Por tanto deja de esa manera un testimonio sesgado de la visión únicamente anglosajona de la batalla.

Harry Fellows
Lo hace a través de las historias de los soldados que estuvieron metidos, literalmente, en el barro del Somme. Como la anécdota de quien sería durante la 2ª Guerra Mundial responsable de las fuerzas de Nueva Zelanda en el Desierto Occidental, por aquel entonces el teniente coronel Bernard Freyberg. Acreedor de la Cruz Victoria durante la batalla, fue herido de gravedad durante esta y trasladado al pabellón de moribundos, donde no se practicaba ningún tratamiento a los que se encontraban allí salvo el suministro de calmantes para evitar el dolor. Mientras permanecía tendido escuchó una suave voz que daba órdenes para que le trasladaran a otro lugar, donde pudo recuperarse de sus heridas, aunque sin poder averiguar quien le había salvado la vida. Años después, en el vestíbulo de un hotel de El Cairo escuchó la misma voz. Al preguntarle si aquel hombre había estado en Ancre en 1916, por fin logró conocer al oficial médico que le salvó la vida: el capitán S. S. Greaves.

O de aquellos que nunca dejaron, de alguna manera, el campo de batalla como el cabo Harry Fellows. De los Fusileros de Northumberland, veterano del feroz combate de Loos de 1914, participó en la sangrienta toma del bosque de Mametz, donde dejó a muchos amigos. Aunque  sobrevivió a la guerra muriendo a los 91 años, recorrió muchas veces, tras el conflicto, aquellos lugares donde había luchado. La última vez que lo hizo fue en 1987, cuando sus cenizas fueron enterradas entre sus camaradas. En su lápida puede leerse:

Donde una vez hubo guerra
Ahora la paz reina suprema
Y los pájaros cantan de nuevo
En Mametz.


La edición:
Curioso es el detalle de la portada, donde aparecen tres soldados franceses heridos, estando precisamente el libro centrado en las fuerzas británicas y apenas habla de franceses o alemanes. Por otro lado la edición de la editorial Ariel es muy cuidadosa, incluyendo la traducción (dejando el texto original en inglés), por parte de Silvia Furió de los poemas que completan los textos de Gilbert. También contiene algunas citas de la traductora para aclarar algunos términos lingüísticos o técnicos de la guerra de trincheras, lo que permite una lectura fluida y más comprensible del libro.

La elección de las fotografías, agrupadas en hojas satinadas a lo largo del libro, es muy acertada, pudiendo ver algunas de las anécdotas o historias contadas a lo largo del texto, lo que siempre es de agradecer. Y como ocurre en muchas otras ediciones, los mapas de las acciones de la batalla, están situados en la parte final del texto, lo que obliga a ir hasta allí si el lector quiere consultar los parcos progresos de los ataques aliados durante la guerra de trincheras. Y junto a estos se incluyen varios con las localizaciones en la actualidad de los cementerios y monumentos repartidos por el Somme, recordando que el libro es ante todo un recordatorio de aquellos que cayeron.


Aproximación personal:
Para entender la 2ª Guerra Mundial se ha de conocer como fue la Gran Guerra que arrasó Europa entre 1914 a 1918. Los combates en las trincheras del frente Occidental que tan fuertemente quedaron marcadas en el recuerdo colectivo francés, que provocó una fractura social a la hora de enfrentarse a la amenaza Nazi y a la subsiguiente guerra contra Alemania. O los cambios revolucionarios en Rusia que llevaron al establecimiento de la Unión Soviética. La acentuación del antisemitismo con la leyenda de la “puñalada por la espalda” en Alemania y el alzamiento del nazismo. Todo eso surge de la lucha en las trincheras que enfrentó a las naciones europeas durante los primeros años del siglo XX.

Cementerio canadiense de Adanc (Canadá al revés), en el Somme
Un detalle que siempre me ha parecido curioso de la Gran Guerra, y que Gilbert enfatiza al usar los testimonios de los participantes, es la gran cantidad de poemas escritos durante el conflicto por los soldados que estuvieron destinados en las trincheras. Tal vez clara demostración de aquel espíritu inocente que tenían y que les hacía creer que aquella sería la guerra que acabara con todas las guerras.

No hay ritual solemne – pero enterradlo bien,
Vosotros, camaradas de juventud junto a los que luchó,
Cerca de donde suspiran los vientos y crecen las flores silvestres,
Donde el dulce arroyo borbotea junto a él.
Sin solemnidad, pero lo enterramos con ternura
Para que descanse, su réquiem la artillería

Este es el poema “El funeral de un soldado” escrito por el sargento John Streets, del 12º Batallón del Regimiento de York & Lancaster. El 1 de julio cuando regresaba de un malogrado ataque, volvió a internarse en tierra de nadie cuando le dijeron que había un camarada de su sección gravemente herido. No se le volvió a ver con vida. Su tumba se encuentra en el cementerio de la carretera de Euston, Colincamps, no lejos de donde murió (pag. 96).

La batalla del Somme de Martin Gilbert es un libro centrado en no dejarnos olvidar un hecho inherente en toda guerra: la muerte. No nos habla de las grandes hazañas, de las estrategias, de las máquinas, sino de los hombres que lucharon en las trincheras. Y lo consigue a través de los hechos y en los textos de los que estuvieron presentes en aquella batalla. Recordándonos que detrás de las escalofriantes cifras (mencionadas al principio de esta entrada) siempre hay un nombre, y no solo con una historia detrás de ese nombre, sino también que ese nombre está inscrito en una lápida. O en muchos casos en los que no se encontró su cuerpo, ese nombre está grabado en la pared de alguno de los monumentos que salpican el campo de batalla del Somme.


Puntuación: 3 (sobre 5)
Título: La batalla del Somme. La batalla más sangrienta de la 1ª GM
Título original: Somme. The heroism and horror of war
Autor: Martin Gilbert
Año: 2006
Editorial: Ariel (2009)
Colección: Grandes Batallas
Páginas: 426
ISBN: 978-84-344-8821-2