Götterdammerung
“La historia
siempre concede una mayor importancia a los acontecimientos terminales”
dijo Albert Speer a sus interrogadores aliados. Con esta lapidaria frase Antony
Beevor empieza su ensayo sobre la batalla de Berlín. Y es posible que con ella
se resuma la fascinación con que se estudia el fin del III Reich. Auténtico “Götterdammerung”, el Crepúsculo de los
Dioses.
Tomar la ciudad de Berlín era el premio final para los
aliados. El centro de poder de los nazis: desde donde Hitler había lanzado su
política agresiva y desencadenado la más brutal de las guerras que ha conocido
la humanidad. Para los dirigentes del III Reich Berlín era el escenario de
aquella batalla del fin del mundo del mito nórdico del Ragnarök que había plasmado Wagner en su ópera “El Crepúsculo de
los Dioses”. En ese momento estos estaban envueltos en una espiral de violencia
sin sentido con el único propósito de no ceder un ápice poder a costa de la
vida de cualquiera: civiles inocentes, soldados y sobre todo ellos mismos.
Sabían que habían cometido tal cantidad de crímenes que su única salida era
seguir con la lucha desesperada ya que no iban a recibir clemencia, por lo que
decidieron arrastrar a toda la nación alemana con ellos.
Para hacer frente a aquella desesperada defensa final se
habían reunido los últimos recursos disponibles: una mezcla de unidades de la Wehrmacht y la Waffen SS, que incluían a voluntarios extranjeros, los batallones
del Volkssturm, la “fuerza de ataque
del pueblo” formado por civiles no aptos para prestar servicio militar regular,
que estaban mal armados y apenas equipados, junto a los niños de las Hitlerjugend. En total la defensa estaba
formada por 766.750 soldados, con 1.519 vehículos blindados y 9.303 piezas de
artillería.
Por su parte el Ejército Rojo, encabezado por sus mejores
y más competentes oficiales como Georgi Zhúkov, Iván Kónez, Vasili Chuikov y
Konstantín Rokossovski había reunido para el ataque a la guarida de la Bestia
Fascista, a un millón y medio de soldados, que contaban con más de 6.000
tanques y cañones autopropulsados y 41.000 piezas de artillería.
Stalin, tras engañar al confiado Eisenhower de que sus
intenciones no eran apoderarse de Berlín, lanzó a las fuerzas soviéticas desde
las orillas del río Oder en la última gran ofensiva de la guerra. Espoleando la
rivalidad entre sus generales, estos competían para que fueran sus soldados
quienes hicieran hondear la bandera Roja sobre la cúspide del Reichstag. El edificio del parlamento
alemán, lugar donde precisamente Hitler, de una manera democrática, había
llegado al poder para luego extender su diabólica dictadura sobre el pueblo
alemán.
Aunque el ejército alemán ha resistido valientemente en
las alturas de Seelow, el rodillo rojo los aplasta. Y a estos se les juntan
miles de civiles que huyen hacia el oeste de las “hordas rojas” como las llama la
propaganda de Goebbels en uno de los éxodos más grandes y desconocidos del
siglo XX. En la ciudad la sangrienta lucha se libra calle a calle, casa a casa,
mientras los tribunales volantes ejecutan a los derrotistas y desertores.
El 1 de mayo de 1945 la bandera roja hondeaba sobre el Reichstag, mientras en los pasillos y
estancia del edificio aún se combatía. El día antes el fuhrër: Adolf Hitler, se había suicidado junto a su amante. El 2 de
mayo a las 8:45 horas el general Helmuth Weidling rinde de manera incondicional
la ciudad al general Vasili Chuikov. La batalla de Berlín ha terminado.
La obra:
Uno de los motivos por los que Antony Beevor es uno de
mis historiadores preferidos, es su manera clara y sencilla de explicar los
acontecimientos. Por una parte la visión global que ofrece de la batalla,
relatando y relacionando las decisiones estratégicas en las altas esferas de
poder, mostrando la dualidad entre lo que estaba ocurriendo en el Fuhrërbunker o en el Kremblin o en los cuarteles
generales de los mandos de los ejércitos enfrentados, junto con lo que ocurría a pie de calle o entre los bosques de
pinos al sur de Berlín a los soldados y civiles, mostrándonos además la
estrecha relación de ambos planos.
Por otro lado Beevor no solo se limita a relatarnos los
sucesos, sino que nos razona los motivos por los que ocurrieron basándose en la
información existente. Y ese es el trabajo de un buen historiador: dar una
explicación (plausible y basada en los datos con los que cuenta) de los episodios
que estudia. Su trabajo es aclararnos las acciones que hicieron los
protagonistas de la historia. Que hicieron y porqué lo hicieron y analizar estos
hechos desde su punto de vista y si es posible desde el nuestro. Dando luz a
las tinieblas de la historia. Y en eso Beevor se nos revela como un maestro.
Nos indica la posible motivación de Stalin por apoderarse de Berlín: ya no como
el premio político y venganza por la traición que para él (a nivel personal)
supuso el ataque sobre la URSS en 1941, sino su intención de apoderarse de las
investigaciones nucleares alemanas que estaban guardadas en el Instituto de
Física Kaiser Wilhelm situado en Dahlem e incorporarlas a la operación
Borodino, el proyecto homólogo soviético al Proyecto Manhattan. Y nos desvela
la campaña sistemática de violaciones que sufrieron las mujeres alemanas tras
la llegada del Ejército Rojo. Pero no solo como un acto de venganza individual
y espontánea, sino como una consecuencia de la propaganda anti-alemana que
había sido objeto el soldado. Hasta que las autoridades soviéticas se dieron
cuenta que eso podría comportar un grave rechazo de la población hacia los siguientes
dirigentes del país e intentaron detenerlas.
La edición:
Como suele suceder en la obra de Antony Beevor, Memoria
Crítica tiene una edición cuidada de su obra. Pero al contrario de lo que
ocurre con otros títulos como “El Día D. La batalla de Normandía” o
“Stalingrado”, los mapas de la obra se encuentran agrupados en las últimas
páginas del libro, lo que obliga al lector a ir de un extremo a otro de la obra
si quiere comprender con mayor facilidad los movimientos de los ejércitos en su
aproximación a Berlín.
Aproximación
personal:
Con el fin del III Reich uno de los regímenes más
brutales y criminales de la historia se derrumbaba para siempre. Cuando Albert
Speer dijo “La historia siempre concede
una mayor importancia a los acontecimientos terminales” se refería que en
el último acto de la vida o de la historia, se puede ver reflejado el
comportamiento que ha tenido hasta entonces: de dignidad o vileza. ¿Cómo
podríamos definir el fin del gobierno nazi? Acorralados, sin ningún tipo de
piedad arrojaron a las llamas al pueblo alemán. Las últimas órdenes de Hitler
eran convertir en un erial su propio país y solo la acción de Speer y otros que
veían lo inútil y cruel de aquella estrategia de guerra quemada, lo impidieron.
Dentro de su locura, el Fuhrër, quien
se había erigido como el líder incuestionable de la nación, decidió que su
pueblo tenía que tener su mismo destino. Y si el moría, el pueblo debía de ser
arrastrado tras él.
LL. C. H.
Puntuación: 5 (sobre 5)
Título: Berlín. La caída: 1945
Título original: Berlín. The downfall, 1945
Autor: Antony
Beevor
Traductor:
David León Gómez
Año: 2002
Editorial: Memoria Crítica, (2002)
Páginas: 542
ISBN: 84-8432-365-X
Un libro extraordinario, de principio a fin. Un relato descarnado, duro, a ratos salvaje, de la destrucción del "Reich de los mil años" por parte del Ejército Rojo, el desmoronamiento operativo y material de de la Wehrmacht, así como de los padecimientos que sufrió la población civil: hambre, frío, destrucción de sus hogares, violaciones, saqueos, etc... Junto con "La última batalla" de Cornelius Ryan, de lo mejor que se ha escrito sobre la caída de Berlín. Una obra imprescindible, sin duda.
ResponderEliminarSaludos Llorenç
Grandísimo libro. Y sobre todo por la dualidad que tiene: el punto de vista de los dirigentes y del pueblo y los soldados que “padecieron” las decisiones de los de arriba.
EliminarSobre “La última batalla” de Cornelius Ryan lo leí hace algunos años y me gustó mucho. A ver si regreso a la Biblioteca y lo leo… pero será para recordar la batalla en el 2014 (si llegamos).
Un fuerte saludo Gluntz
Sin duda una verdadera obra maestra. Una más, en la cuenta del gran Antony Beevor. Saludos!!
ResponderEliminarNo puedo ocultar mi agrado por el trabajo de Beevor y “Berlín. La caída 1945” es una obra imprescindible, sobre todo por el punto de vista de las violaciones de las mujeres alemanas y los objetivos de capturar el material nuclear alemán.
EliminarMe alegra volverte a ver por aquí Charlie Furilo.
Un saludo
Este libro es una basura sin el más mínimo rigor
Eliminar¿Podrías aportar los motivos por el que es “una basura sin el más mínimo rigor”?. Sería interesante que lo compartieras.
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